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¡Sed fieles, sed leales! Tendréis muchas ocasiones en la vida de no ser fieles y de no ser leales, porque nosotros no somos plantas de invernadero. Estamos expuestos al frío y al calor, a la nieve y a la tormenta. Somos árboles, que a veces se llenan de polvo, porque están a todos los vientos, pero que se quedan limpios, preciosos, en cuanto viene la gracia de Dios, como la lluvia. No os asustéis por nada. Si no sois soberbios –repito–, iréis adelante ¡siempre!

¿Y cómo haréis las cosas bien, para corresponder al amor de esta Madre guapa que es la Obra, para ser leales? Es muy fácil, muy fácil. En primer lugar, tenéis que dejar hacer en vosotros, sin protesta, porque no os conocéis. Yo he cumplido ya setenta años, y no acabo de conocerme bien, de modo que vosotros ¡dónde andaréis con vuestro propio conocimiento!

A mí no me hacen la corrección fraterna, pero dos hermanos vuestros* me dicen con mucha claridad lo que les parece oportuno, y yo se lo agradezco con toda mi alma. ¡Que se ejercite la corrección fraterna!, que es un modo delicadísimo de quererse, con las condiciones que hemos puesto para que no sea molesta. Es molesta para el que la hace; en cambio, el que la recibe debe agradecerla, como se agradece al médico que ha metido el bisturí en una herida infectada, para curarla.

Después, hacer. Os he dicho innumerables veces que nadie pierde su personalidad al venir a la Obra; que la diversidad, el sano pluralismo, es manifestación de buen espíritu. Pues haced por vuestra cuenta, que nadie os lo impedirá. El Opus Dei respeta totalmente el modo de ser de cada uno de sus hijos. Nosotros perdemos relativamente la libertad, sin perderla, porque nos da la gana. Es la razón más sobrenatural: porque nos da la gana, por amor.

Notas
*

** Eran don Álvaro del Portillo y don Javier Echevarría, que le atendían en sus necesidades espirituales y materiales (N. del E.).

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