Lista de puntos

Hay 24 puntos en «Camino» cuya materia es Oración.

La acción nada vale sin la oración: la oración se avalora con el sacrificio.

Primero, oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en «tercer lugar», acción.

La oración es el cimiento del edificio espiritual. —La oración es omnipotente.

«Domine, doce nos orare» —¡Señor, enséñanos a orar! —Y el Señor respondió: cuando os pongáis a orar, habéis de decir: «Pater noster, qui es in coelis...» —Padre nuestro, que estás en los cielos...

¿Cómo no hemos de tener en mucho la oración vocal?

Despacio. —Mira qué dices, quién lo dice y a quién. —Porque ese hablar de prisa, sin lugar para la consideración, es ruido, golpeteo de latas.

Y te diré con Santa Teresa, que no lo llamo oración, aunque mucho menees los labios.

Tu oración debe ser litúrgica. —Ojalá te aficiones a recitar los salmos, y las oraciones del misal, en lugar de oraciones privadas o particulares.

«No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de Dios», dijo el Señor. —¡Pan y palabra!: Hostia y oración.

Si no, no vivirás vida sobrenatural.

Buscas la compañía de amigos que con su conversación y su afecto, con su trato, te hacen más llevadero el destierro de este mundo..., aunque los amigos a veces traicionan. —No me parece mal.

Pero... ¿cómo no frecuentas cada día con mayor intensidad la compañía, la conversación con el Gran Amigo, que nunca traiciona?

«María escogió la mejor parte», se lee en el Santo Evangelio. —Allí está ella, bebiendo las palabras del Maestro. En aparente inactividad, ora y ama.

—Después, acompaña a Jesús en sus predicaciones por ciudades y aldeas.

Sin oración, ¡qué difícil es acompañarle!

¿Que no sabes orar? —Ponte en la presencia de Dios, y en cuanto comiences a decir: «Señor, ¡que no sé hacer oración!...», está seguro de que has empezado a hacerla.

Me has escrito: «orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?» —¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias..., ¡flaquezas!: y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio.

En dos palabras: conocerle y conocerte: «¡tratarse!»

«Et in meditatione mea exardescit ignis» —Y, en mi meditación, se enciende el fuego. —A eso vas a la oración: a hacerte una hoguera, lumbre viva, que dé calor y luz.

Por eso cuando no sepas ir adelante, cuando sientas que te apagas, si no puedes echar en el fuego troncos olorosos, echa las ramas y la hojarasca de pequeñas oraciones vocales, de jaculatorias, que sigan alimentando la hoguera. —Y habrás aprovechado el tiempo.

Me has hecho reír con tu oración... impaciente. —Le decías: «no quiero hacerme viejo, Jesús... ¡Es mucho esperar para verte! Entonces, quizá no tenga el corazón en carne viva, como lo tengo ahora. Viejo, me parece tarde. Ahora, mi unión sería más gallarda, porque te quiero con Amor de doncel».

Me gusta que vivas esa «reparación ambiciosa»: ¡el mundo!, me has dicho. —Bien. Pero, en primer término, los de tu familia sobrenatural y de sangre, los del país que es nuestra Patria.

Le decías: «No te fíes de mí... Yo sí que me fío de ti, Jesús... Me abandono en tus brazos: allí dejo lo que tengo, ¡mis miserias!» —Y me parece buena oración.

La oración del cristiano nunca es monólogo.

«Minutos de silencio». —Dejadlos para los que tienen el corazón seco.

Los católicos, hijos de Dios, hablamos con el Padre nuestro que está en los cielos.

No dejes tu lección espiritual. —La lectura ha hecho muchos santos.

En la lectura —me escribes— formo el depósito de combustible. —Parece un montón inerte, pero es de allí de donde muchas veces mi memoria saca espontáneamente material, que llena de vida mi oración y enciende mi hacimiento de gracias después de comulgar.

Frente de Madrid. Una veintena de oficiales en noble y alegre camaradería. Se oye una canción, y después otra y más.

Aquel tenientillo del bigote moreno sólo oyó la primera:

Corazones partidos

yo no los quiero;

y si le doy el mío,

lo doy entero.

«¡Qué resistencia a dar mi corazón entero!» —Y la oración brotó, en cauce manso y ancho.

Si no eres mortificado nunca serás alma de oración.

Que tu voluntad exija a los sentidos, mediante la expiación, lo que las otras potencias le niegan en la oración.

Decía un alma de oración: en las intenciones, sea Jesús nuestro fin; en los afectos, nuestro Amor; en la palabra, nuestro asunto; en las acciones, nuestro modelo.

Ese modo sobrenatural de proceder es una verdadera táctica militar. —Sostienes la guerra —las luchas diarias de tu vida interior— en posiciones, que colocas lejos de los muros capitales de tu fortaleza.

Y el enemigo acude allí: a tu pequeña mortificación, a tu oración habitual, a tu trabajo ordenado, a tu plan de vida: y es difícil que llegue a acercarse hasta los torreones, flacos para el asalto, de tu castillo. —Y si llega, llega sin eficacia.

Referencias a la Sagrada Escritura
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