Lista de puntos

Hay 7 puntos en «Cartas II» cuya materia es Iglesia → anticlericalismo bueno y malo.

Nuestra labor es secular –os decía–, llena de un anticlericalismo bueno, que procede del amor al sacerdocio y que nos lleva a estar fielmente pegados al Papa y a los Ordinarios, aunque precisamente por esa fidelidad nuestra no nos falten incomprensiones.

No os canséis de predicar, hijas e hijos míos, el amor y la obediencia rendida al Santo Padre. Aunque su figura no hubiera sido instituida por Jesucristo, la cabeza me dice que es precisa una autoridad central fuerte –la Santa Sede–, para llevar a razón a quienes no logren ponerse de acuerdo, dentro de la Iglesia, y disparaten.

Pero es que, además, por encima y antes de esos motivos lógicos, está la voluntad de Dios, que quiere en la tierra un Vicario, y le asiste infaliblemente con su Espíritu.

Hemos de ser, pues, anticlericales, con un anticlericalismo que nos hace amar más la Iglesia, y que es bueno, porque hay otros anticlericalismos que son malos.

Uno, lo es de modo violento, suadente diabolo y, por odio a Dios, lleva a arrasar entre torturas crudelísimas todo lo que haga referencia a la religión, al sacerdocio; hay otro tipo de anticlericalismo, también malo, que –quizá sin llegar a la violencia– ignora o desprecia las cosas de Dios; un tercero, que nace de ver a clérigos y a laicos servirse de la Iglesia, para lograr bienes puramente temporales.

Y finalmente el nuestro, que estoy seguro de que agrada al Señor, porque nos lleva a desear, para la Iglesia y para sus ministros, una libertad santa de ataduras temporales; porque nos hace aborrecer connaturalmente todo tipo de abusos, de mezquindades que usen la Cruz de Cristo en beneficio personal, o conviertan la vocación divina, que el Señor da para servir, en una máquina tragaperras que solo busca la comodidad o el propio provecho.

El clericalismo se acompaña ordinariamente de un desprecio por la ley –que parece solo existir para el prójimo–, porque la ley impone un servicio que no se está dispuesto a cumplir. No tiene el espíritu de Jesucristo, es clerical –en el mal sentido de esta palabra– quien abuse de su autoridad, para que los demás le sirvan, quien maneje las almas de un modo tiránico, como si fueran su rebaño de cabras y, cogiéndolas por los cuernos, dijera: estas son mías, atropellando así la santa libertad de las conciencias.

El que así obrara carecería de aquella humildad que da sentido a todo quehacer apostólico y, en lugar de cooperar con su vida en la extensión del reino de Cristo, causaría un perjuicio a la unidad de la Iglesia y a la labor pastoral.

Una mentalidad de ese estilo olvidaría el espíritu de servicio que ha de estar presente en todos los que trabajan por Cristo, y llevaría a considerar los cargos, no como cargas, sino como prebendas que pudieran usarse en beneficio propio; o como privilegios, que eximieran de toda obligación; o como un patrimonio personal, que se pudiera manejar al antojo del dueño.

Ni siquiera cuando se pretendiera abusar de la autoridad, en favor de un determinado movimiento apostólico o de una concreta labor de almas, estaría justificado ese proceder. Porque no caben caprichos ni favoritismos en lo que pertenece a todos los hijos de la Iglesia, ya que ha sido recibido intuitu ministri Dei, como obrero de Dios, que es tanto como haberlo recibido intuitu gregis seu populi Dei, es decir, en beneficio de todos los fieles.

Contrario al anticlericalismo de que os estoy hablando, es pretender aprovecharse de la condición de católico, para imponer un criterio personal en lo que es opinable; o para exigir gratuitamente, de otros católicos, la prestación de determinados trabajos profesionales, sin corresponder económicamente con lo que es justo y razonable, porque ése es su trabajo y el medio que tienen para vivir y sostenerse. Con la agravante además de que, si esos servicios se solicitasen de otras personas, quizá indiferentes o enemigas de la Iglesia, se pagarían como es debido, y aun quizá con traiciones a la Iglesia.

Cuando veo, en la vida política de cualquier país, laicos que se arrogan la representación de la Jerarquía episcopal, comprometiéndola en cosas temporales, porque ellos –los laicos, que se llaman ostentosamente católicos– no son capaces, o no parecen capaces, de asumirse la personal responsabilidad que les corresponde como ciudadanos; y se pegan a la Iglesia como la hiedra al muro, haciéndolo desaparecer primero con su follaje, y destruyéndolo después con las raíces que buscan la savia en las grietas de los nobles sillares, de ordinario callo y rezo. Siempre, sin embargo, se viene a mi memoria aquel pasaje de San Lucas, y me parece oír la voz de Jesús Señor Nuestro, diciéndoles: escrito está, mi casa es casa de oración; pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones22.

Un modo de proceder clerical, aunque estuviese amparado por muy buenas intenciones, llevaría también a pretender de otros la realización de iniciativas y proyectos apostólicos, sin tener en cuenta la carga que supone llevarlos a cabo. Es evidente que el que se entrega a trabajar por Cristo lo ha de hacer desinteresadamente, pero no se puede olvidar que el apóstol también necesita comer y vestir, alimentar a los suyos y descansar.

Sois testigos de que nunca nos hemos negado a hacer un servicio de almas, aunque nos costara dinero. Sabemos lo que decía San Pablo: Dominus ordinavit iis qui Evangelium annuntiant, de Evangelio vivere23, a los que anuncian la buena nueva, se les ha de proveer de lo necesario; pero también podemos repetir lo que afirmaba el Apóstol: non usi sumus hac potestate, sed omnia sustinemus, ne quod offendiculum demus Evangelio Christi24, no hemos hecho uso de ese derecho, y lo sufrimos todo con gusto, para que no surjan dificultades al Evangelio de Jesucristo.

Si –en lugar del deseo de servicio– aparece el falso amor a la Iglesia, reina también el arbitrio, el privilegio, y se enrarece y se enturbia la atmósfera sana que hay siempre que se obra en la presencia de Dios. Será lógico –absurdamente lógico– que, como consecuencia, no se vea con buenos ojos ni se entienda a los que solo quieren servir.

Copio, sin más, lo que ya tuvo que escribir San Juan: yo quizá hubiera escrito a esa iglesia; pero Diótrefes, que ambiciona la primacía entre los demás, nada quiere saber de nosotros. Por tanto, si voy allá, denunciaré sus procedimientos, haciéndole ver el mal que hace vertiendo malignas especies contra nosotros; y como si esto no bastase, no solo no recibe a nuestros hermanos, sino que, a los que les dan acogida, se lo prohíbe y les echa de la Iglesia25.

Notas
22

Lc 19,46.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
23

1 Co 9,14.

24

1 Co 9,12.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
25

3 Jn 9-10.

Referencias a la Sagrada Escritura