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Nuestra labor es secular –os decía–, llena de un anticlericalismo bueno, que procede del amor al sacerdocio y que nos lleva a estar fielmente pegados al Papa y a los Ordinarios, aunque precisamente por esa fidelidad nuestra no nos falten incomprensiones.

No os canséis de predicar, hijas e hijos míos, el amor y la obediencia rendida al Santo Padre. Aunque su figura no hubiera sido instituida por Jesucristo, la cabeza me dice que es precisa una autoridad central fuerte –la Santa Sede–, para llevar a razón a quienes no logren ponerse de acuerdo, dentro de la Iglesia, y disparaten.

Pero es que, además, por encima y antes de esos motivos lógicos, está la voluntad de Dios, que quiere en la tierra un Vicario, y le asiste infaliblemente con su Espíritu.

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