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Una mentalidad de ese estilo olvidaría el espíritu de servicio que ha de estar presente en todos los que trabajan por Cristo, y llevaría a considerar los cargos, no como cargas, sino como prebendas que pudieran usarse en beneficio propio; o como privilegios, que eximieran de toda obligación; o como un patrimonio personal, que se pudiera manejar al antojo del dueño.

Ni siquiera cuando se pretendiera abusar de la autoridad, en favor de un determinado movimiento apostólico o de una concreta labor de almas, estaría justificado ese proceder. Porque no caben caprichos ni favoritismos en lo que pertenece a todos los hijos de la Iglesia, ya que ha sido recibido intuitu ministri Dei, como obrero de Dios, que es tanto como haberlo recibido intuitu gregis seu populi Dei, es decir, en beneficio de todos los fieles.

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