Lista de puntos

Hay 7 puntos en «Cartas II» cuya materia es Opus Dei  → su desarrollo, con la ayuda de Dios.

Nuestro espíritu es así, viejo como el Evangelio –os he escrito siempre– y, como el Evangelio, nuevo; la naturaleza misma de nuestra vocación, nuestro modo de buscar la santidad y de trabajar por el Reino de Dios, nos hace hablar de las cosas divinas en el mismo lenguaje de los hombres, tener las mismas costumbres saludables que ellos tengan, compartir su misma recta mentalidad; ver a Dios –diría– desde el mismo ángulo, secular y laical, desde el que ellos se plantean, o pueden plantearse, los problemas trascendentales de su vida: no ser nunca un modelo glacial, que se pueda admirar, pero no amar.

Venimos, pues, a recoger con juventud el tesoro del Evangelio, para hacerlo llegar a todos los rincones de la tierra. Pero no venimos a revolucionar nada. Bebemos el buen vino añejo de la auténtica doctrina católica, respetando y amando todo lo que el Señor ha promovido a lo largo de tantos siglos, en servicio de su Iglesia Santa.

La acción del Espíritu Santo

Spiritus ubi vult spirat, et vocem eius audis, sed nescis unde veniat aut quo vadat75; el Espíritu sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde sale o adónde va. Esta ha sido la vida mía –lo escribo con emoción y con agradecimiento a mi Dios, dándome cuenta de que soy un pobre pecador– desde hace muchos años: mucho tiempo antes de que el Señor, derramando gracia abundante –me encontraba entonces solo, con el único bagaje de mis veintiséis años y de mi buen humor–, me llamase claramente a trabajar en su Obra, con una vocación bien definida.

La Obra está saliendo adelante a base de oración: de mi oración –y de mis miserias– que a los ojos de Dios fuerza lo que exige el cumplimiento de su Voluntad; y de la oración de tantas almas –sacerdotes y seglares, jóvenes y viejos, sanos y enfermos–, a quienes yo recurro, seguro de que el Señor les escucha, para que recen por una determinada intención que, al principio, solo sabía yo. Y, con la oración, la mortificación y el trabajo de los que vienen junto a mí: estas han sido nuestras únicas y grandes armas para la lucha.

Así va –así irá– la Obra haciéndose, creciendo, en todos los ambientes: en los hospitales y en la universidad; en las catequesis de los barrios más necesitados; en los hogares y en los lugares de reunión de los hombres; entre los pobres, los ricos y las gentes de la más diversa condición, para hacer llegar a todos el mensaje que Dios nos ha confiado.

Una misión que la Obra se ha lanzado a cumplir derechamente, con generosidad, sinceramente, sin subterfugios ni mecenazgos humanos, sin recurrir –valga el ejemplo– al continuo salto en busca del sol que más calienta o de la flor más rica y vistosa: el sol está en nuestro interior y la labor se realiza –como ha de ser– en la calle, y se dirige a todos.

En estos años del comienzo, me lleno de profunda gratitud hacia Dios. Y al mismo tiempo pienso, hijos míos, en lo mucho que nos queda por recorrer hasta sembrar en todas las naciones, por toda la tierra, en todos los órdenes de la actividad humana, esta semilla católica y universal que ha venido a esparcir el Opus Dei.

Por eso, sigo apoyándome en la oración, en la mortificación, en el trabajo profesional y en la alegría de todos, mientras renuevo constantemente mi confianza en el Señor: universi, qui sustinent te, non confundentur76; ninguno de los que ponen en Dios su esperanza será confundido.

Afán de almas

Hijos míos, os pido que os unáis siempre y de continuo a mis intenciones, llenándoos también de confianza, mientras os disponéis a seguir trabajando con renovada juventud por la expansión de la Obra: qui replet in bonis desiderium tuum, renovabitur ut aquilae iuventus tua77; porque Nuestro Dios hará realidad fecunda los deseos que ha puesto en nuestros corazones, y será siempre robusta y joven nuestra tarea espiritual en la tierra.

Espera el Señor de vosotros y de mí que, gozosamente agradecidos por la vocación que su infinita bondad ha puesto en nuestra alma, formemos un gran ejército de sembradores de paz y de alegría en los caminos de los hombres, de manera que pronto sean innumerables las almas que puedan repetir con nosotros: cantate Domino canticum novum; cantate Domino omnis terra78; cantad al Señor un cántico nuevo; sea toda la tierra un cántico de alabanza a Dios.

Los hijos de Dios en su Obra, sintiendo y viviendo sinceramente la filiación divina, unidos por los lazos fuertes del amor fraterno, podremos fácilmente ser –ya os lo he dicho– una organizada desorganización apostólica en el mundo, una transfusión continua de la fuerza vital cristiana en el torrente circulatorio de la sociedad.

Quiere el Señor que, solos, con el apostolado personal de cada uno, o unidos a otras gentes –quizá alejadas de Dios, o aun no católicas, ni cristianas–, planeéis y llevéis a cabo en el mundo toda clase de serenas y hermosas iniciativas, tan variadas como la faz de la tierra y como el sentir y el querer de los hombres que la habitan, que contribuyan al bien espiritual y material de la sociedad y puedan convertirse para todos en ocasión de encuentro con Cristo, en ocasión de santidad.

En cualquier caso, el gran medio de que disponéis para realizar una y otra forma de apostolado –cada uno por su cuenta, o unido con otros ciudadanos–, es vuestro trabajo profesional. Por eso os he repetido tantas veces que la vocación profesional de cada uno de nosotros es parte importante de la vocación divina; por eso también, el apostolado que la Obra realiza en el mundo será siempre actual, moderno, necesario: porque mientras haya hombres sobre la tierra, habrá hombres y mujeres que trabajen, que tengan una determinada profesión u oficio –intelectual o manual–, que estarán llamados a santificar, y a servirse de su labor para santificarse y para llevar a los demás a tratar con sencillez a Dios.

Vuestro trabajo, vuestro apostolado –que habrá de ser necesariamente muy proselitista, como el de los primeros cristianos– atraerá a personas con ganas de trabajar, con temple, con nervio, con espíritu recio, constantes más que brillantes, audaces, sinceras, con amor a la libertad y –por eso– capaces de vivir nuestra entrega; capaces de ser, en su vida, en su trabajo, Opus Dei. Y esto, aunque jamás hubiese pasado por su mente –muchas veces porque viven en la gentilidad– la posibilidad de ser felices en amistad con Dios, y de llevar una vida de dedicación y de servicio.

El cielo está empeñado, hijos míos, en que la Obra se realice. Las dificultades humanas –pensad, por ejemplo, en la dolorosa experiencia de los tres años de guerra civil en España; o en la nueva guerra mundial, que parece amenazar la expansión de la Obra en otros países y en otros continentes– son dificultades que no han podido ni podrán frenar el vigor y el alcance de nuestra labor sobrenatural.

Tampoco la absoluta pobreza en que vivimos, la falta a veces de los medios humanos más indispensables, son obstáculos o dificultades que valga la pena considerar: más bien constituyen un poderoso estímulo y un acicate, porque esta escasez de recursos representa una prueba externa más de que verdaderamente estamos siguiendo las pisadas de Cristo.

Menos aún podrán detenernos, o disminuir la firmeza de nuestro paso –vamos al paso de Dios–, las dificultades de comprensión que nuestro camino encuentre, porque nadie puede frenar una impaciencia santa, divina, por servir a la Iglesia y a las almas.

Acrecentad, pues, vuestra fe y confianza en Dios. Y tened también un poco de fe y de confianza en vuestro Padre, que os asegura que procedéis en la verdad, obedeciendo a la Voluntad de Nuestro Señor, y no a la débil voluntad de un pobre sacerdote… que no quería, que no pensó ni deseó nunca hacer una fundación.

Escuchad lo que el Señor hace decir a San Pablo: por lo cual, teniendo nosotros este ministerio, en virtud de la misericordia que hemos alcanzado de Dios, no decaemos de ánimo, antes bien, desechamos lejos de nosotros las ocultas infamias, no procediendo con artificio, ni alterando la palabra de Dios, sino alegando únicamente en favor nuestro para todos aquellos que juzguen de nosotros según su conciencia, la sinceridad con que predicamos la verdad delante de Dios.

Que si todavía nuestro Evangelio está encubierto, es para los que se pierden para los que está encubierto; para esos incrédulos cuyos entendimientos ha cegado el dios de este siglo, para que no les alumbre la luz del Evangelio de la gloria de Cristo, el cual es imagen de Dios.

Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo Señor Nuestro, haciéndonos siervos vuestros por amor de Jesús; porque Dios, que dijo que la luz saliese de en medio de las tinieblas, él mismo ha hecho brillar su claridad en nuestros corazones, a fin de que nosotros podamos iluminar a los demás, por medio del conocimiento de la gloria de Dios, según que ella resplandece en Jesucristo109.

Notas
75

Jn 3,8.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
76

Sal 25[24],3.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
77

Sal 103[102],5. «Quien sacia de bienes tu existencia: como el águila se renovará tu juventud» (T. del E.).

78

Sal 96[95],1.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
109

2 Co 4,1-6.

Referencias a la Sagrada Escritura