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El cielo está empeñado, hijos míos, en que la Obra se realice. Las dificultades humanas –pensad, por ejemplo, en la dolorosa experiencia de los tres años de guerra civil en España; o en la nueva guerra mundial, que parece amenazar la expansión de la Obra en otros países y en otros continentes– son dificultades que no han podido ni podrán frenar el vigor y el alcance de nuestra labor sobrenatural.

Tampoco la absoluta pobreza en que vivimos, la falta a veces de los medios humanos más indispensables, son obstáculos o dificultades que valga la pena considerar: más bien constituyen un poderoso estímulo y un acicate, porque esta escasez de recursos representa una prueba externa más de que verdaderamente estamos siguiendo las pisadas de Cristo.

Menos aún podrán detenernos, o disminuir la firmeza de nuestro paso –vamos al paso de Dios–, las dificultades de comprensión que nuestro camino encuentre, porque nadie puede frenar una impaciencia santa, divina, por servir a la Iglesia y a las almas.

Acrecentad, pues, vuestra fe y confianza en Dios. Y tened también un poco de fe y de confianza en vuestro Padre, que os asegura que procedéis en la verdad, obedeciendo a la Voluntad de Nuestro Señor, y no a la débil voluntad de un pobre sacerdote… que no quería, que no pensó ni deseó nunca hacer una fundación.

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