Lista de puntos

Hay 2 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Jesucristo → ejemplo de oración.

Volvamos nuestros ojos a Jesucristo, que es nuestro modelo, el espejo en el que debemos mirarnos. ¿Cómo se comporta, exteriormente también, en las grandes ocasiones? ¿Qué nos dice de Él el Santo Evangelio? Me conmueve esa disposición habitual de Cristo, que acude al Padre antes de los grandes milagros; y su ejemplo, retirándose cuarenta días con cuarenta noches al desierto2, antes de iniciar su vida pública, para rezar.

Es muy importante –perdonad mi insistencia– observar los pasos del Mesías, porque Él ha venido a mostrarnos la senda que lleva al Padre. Descubriremos, con Él, cómo se puede dar relieve sobrenatural a las actividades aparentemente más pequeñas; aprenderemos a vivir cada instante con vibración de eternidad, y comprenderemos con mayor hondura que la criatura necesita esos tiempos de conversación íntima con Dios: para tratarle, para invocarle, para alabarle, para romper en acciones de gracias, para escucharle o, sencillamente, para estar con Él.

Ya hace muchos años, considerando este modo de proceder de mi Señor, llegué a la conclusión de que el apostolado, cualquiera que sea, es una sobreabundancia de la vida interior. Por eso me parece tan natural, y tan sobrenatural, ese pasaje en el que se relata cómo Cristo ha decidido escoger definitivamente a los primeros doce. Cuenta San Lucas que, antes, pasó toda la noche en oración3. Vedlo también en Betania, cuando se dispone a resucitar a Lázaro, después de haber llorado por el amigo: levanta los ojos al cielo y exclama: Padre, gracias te doy porque me has oído4. Esta ha sido su enseñanza precisa: si queremos ayudar a los demás, si pretendemos sinceramente empujarles para que descubran el auténtico sentido de su destino en la tierra, es preciso que nos fundamentemos en la oración.

Son tantas las escenas en las que Jesucristo habla con su Padre, que resulta imposible detenernos en todas. Pero pienso que no podemos dejar de considerar las horas, tan intensas, que preceden a su Pasión y Muerte, cuando se prepara para consumar el Sacrificio que nos devolverá al Amor divino. En la intimidad del Cenáculo su Corazón se desborda: se dirige suplicante al Padre, anuncia la venida del Espíritu Santo, anima a los suyos a un continuo fervor de caridad y de fe.

Ese encendido recogimiento del Redentor continúa en Getsemaní, cuando percibe que ya es inminente la Pasión, con las humillaciones y los dolores que se acercan, esa Cruz dura, en la que cuelgan a los malhechores, que Él ha deseado ardientemente. Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz5. Y enseguida: pero no se haga mi voluntad, sino la tuya6. Más tarde, cosido al madero, solo, con los brazos extendidos con gesto de sacerdote eterno, sigue manteniendo el mismo diálogo con su Padre: en tus manos encomiendo mi espíritu7.

Notas
2

Cfr. Mt IV, 2.

3

Lc VI, 12.

4

Ioh XI, 41.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
5

Lc XXII, 42.

6

Lc XXII, 42.

7

Lc XXIII, 46.

Referencias a la Sagrada Escritura