Lista de puntos

Hay 2 puntos en «Amigos de Dios» cuya materia es Jesucristo → sed de almas.

Se acerca a la higuera: se acerca a ti y se acerca a mí. Jesús, con hambre y sed de almas. Desde la Cruz ha clamado: sitio!30, tengo sed. Sed de nosotros, de nuestro amor, de nuestras almas y de todas las almas que debemos llevar hasta Él, por el camino de la Cruz, que es el camino de la inmortalidad y de la gloria del Cielo.

Se llegó a la higuera, no hallando sino solamente hojas31. Es lamentable esto. ¿Ocurre así en nuestra vida? ¿Ocurre que tristemente falta fe, vibración de humildad, que no aparecen sacrificios ni obras? ¿Que solo está la fachada cristiana, pero que carecemos de provecho? Es terrible. Porque Jesús ordena: nunca jamás nazca de ti fruto. Y la higuera se secó inmediatamente32. Nos da pena este pasaje de la Escritura Santa, a la vez que nos anima también a encender la fe, a vivir conforme a la fe, para que Cristo reciba siempre ganancia de nosotros.

No nos engañemos: Nuestro Señor no depende jamás de nuestras construcciones humanas; los proyectos más ambiciosos son, para Él, juego de niños. Él quiere almas, quiere amor; quiere que todos acudan, por la eternidad, a gozar de su Reino. Hemos de trabajar mucho en la tierra; y hemos de trabajar bien, porque esa tarea ordinaria es lo que debemos santificar. Pero no nos olvidemos nunca de realizarla por Dios. Si la hiciéramos por nosotros mismos, por orgullo, produciríamos solo hojarasca: ni Dios ni los hombres lograrían, en árbol tan frondoso, un poco de dulzura.

Con esta entrega, el celo apostólico se enciende, aumenta cada día –pegando esta ansia a los otros–, porque el bien es difusivo. No es posible que nuestra pobre naturaleza, tan cerca de Dios, no arda en hambres de sembrar en el mundo entero la alegría y la paz, de regar todo con las aguas redentoras que brotan del Costado abierto de Cristo39, de empezar y acabar todas las tareas por Amor.

Os hablaba antes de dolores, de sufrimientos, de lágrimas. Y no me contradigo si afirmo que, para un discípulo que busque amorosamente al Maestro, es muy distinto el sabor de las tristezas, de las penas, de las aflicciones: desaparecen en cuanto se acepta de veras la Voluntad de Dios, en cuanto se cumplen con gusto sus designios, como hijos fieles, aunque los nervios den la impresión de romperse y el suplicio parezca insoportable.

Notas
30

Ioh XIX, 28.

31

Mt XXI, 19.

32

Mt XXI, 19.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
39

Cfr. Ioh XIX, 34.

Referencias a la Sagrada Escritura