Lista de puntos

Hay 3 puntos en «Cartas II» cuya materia es Filiación divina .

Es un espíritu, el de la Obra, que nos lleva a sentir muy hondamente la filiación divina: carissimi, nunc filii Dei sumus6; queridísimos, nosotros somos ya ahora hijos de Dios. Verdad gozosa que fundamenta toda nuestra vida espiritual, que llena de esperanza nuestra lucha interior y nuestras tareas apostólicas; que nos enseña a conocer, a tratar, a amar a nuestro Padre Dios con confiada sencillez de hijos. Más aún, precisamente porque somos hijos de Dios, esta realidad nos lleva también a contemplar, con amor y con admiración, todas las cosas que salieron de las manos de Dios Padre Creador.

El mundo, hijos míos, las criaturas todas del Señor son buenas. Nos enseña la Sagrada Escritura que, concluida la obra maravillosa de la Creación, terminados el cielo y la tierra con su espléndido cortejo de seres7, contempló Dios todo lo que había hecho y vio que todo era muy bueno8.

Fue el pecado de Adán el que rompió esta divina armonía de la Creación. Pero Dios Padre, llegada la plenitud del tiempo, envió al mundo a su Hijo Unigénito para que restableciera esta paz: para que, redimiendo al hombre del pecado, adoptionem filiorum reciperemus9, fuéramos constituidos hijos de Dios, capaces de participar de la intimidad divina; y para que así fuera también posible a este hombre nuevo, a esta nueva rama de los hijos de Dios10, liberar la creación entera del desorden, restaurando todas las cosas en Cristo11, que las ha reconciliado con Dios12.

La llamada a colaborar con Cristo

A eso, hijos míos, hemos sido llamados; ésa ha de ser nuestra tarea apostólica que, con una espiritualidad propia y una ascética peculiar, se encuadra maravillosamente dentro de la única misión de Cristo y de su Iglesia.

El Señor nos llama para que le imitemos como hijos suyos queridísimos –estote ergo imitatores Dei, sicut filii carissimi13, sed imitadores de Dios, como hijos suyos muy queridos–, colaborando humilde y fervorosamente en el divino propósito de unir lo que está roto, de salvar lo que está perdido, de ordenar lo que el hombre ha desordenado, de llevar a su fin lo que se descamina: de restablecer la divina concordia de todo lo creado.

Os repito con San Juan: videte qualem caritatem dedit nobis Pater, ut filii Dei nominemur et simus14. Nos llamamos y somos hijos de Dios; hermanos, por eso, del Verbo hecho carne15, de Jesucristo, de Aquel de quien fue dicho: in ipso vita erat, et vita erat lux hominum16, en Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.

Hijos de la luz, hermanos de la luz: eso somos. Portadores de la única llama capaz de iluminar los caminos terrenos de las almas, del único fulgor, en el que nunca podrán darse obscuridades, penumbras ni sombras17.

Et lux in tenebris lucet, et tenebrae eam non comprehenderunt18; y esta luz resplandece en medio de las tinieblas, y las tinieblas no la han recibido. El Señor sigue derramando esplendores sobre los hombres, una luminosidad que es vida y calor de misericordia, porque Él es caridad, amor19; y se sirve de nosotros como antorchas, para que esas luces iluminen las almas y sean para todos fuente de vida, después de haber alumbrado y llenado la nuestra del fuego de las ilustraciones divinas20.

Hijas e hijos míos, de nosotros depende en parte que muchas almas no permanezcan ya en tinieblas, sino que caminen por senderos que llevan hasta la vida eterna. Por eso, contemplando este panorama inmenso que nos ofrece la vocación, con la que el Señor ha querido graciosamente honrarnos, vienen a mi memoria aquellas palabras, también del Apóstol Juan, que hemos de repetir a tantos hombres: esto que vimos y oímos, es lo que anunciamos, para que tengáis también vosotros unión con nosotros, y nuestra unión sea con el Padre y con su Hijo Jesucristo… para que os gocéis, y vuestro gozo sea cumplido21.

La filiación divina

Siendo la filiación divina –como antes os recordaba– el fundamento seguro de nuestra vida espiritual, procurad meditar con frecuencia estas palabras de San Pablo: los que se rigen por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios, porque no habéis recibido el espíritu de servidumbre para obrar todavía solamente por temor, como esclavos, sino que habéis recibido el espíritu de adopción de hijos, en virtud del cual clamamos: Abba, ¡Padre!, porque el mismo Espíritu está dando testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y siendo hijos, somos también herederos; herederos de Dios, y coherederos con Jesucristo, con tal que padezcamos con él a fin de que seamos con él glorificados36.

Son palabras que resumen cómo ha de ser nuestro trato con Dios Padre, en unión con su Hijo y con el Espíritu Santificador, de cara a la herencia divina que nos espera, si sabemos ser fieles a la tarea apostólica que en esta tierra –por nuestra vocación– nos compete.

Postula a me, et dabo tibi gentes haereditatem tuam, et possessionem tuam terminos terrae37; pídeme y te daré todas las naciones en heredad, y extenderé tus dominios hasta los confines de la tierra. Tenemos, por eso, el derecho y el deber de llevar la doctrina de Jesucristo a todos los órdenes de la vida humana, metiendo el espíritu del Señor en todas partes, divinizando todas las tareas del mundo.

Tenemos derecho y deber de acercar a Dios todo lo que es criatura de Dios, obra de su Creación, sin violentar nunca las exigencias del orden natural: porque –dice San Pablo– todas las cosas son vuestras, bien sea Pablo, bien Apolo, bien Cefas, el mundo, la vida, la muerte, lo presente, lo futuro; todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo, y Cristo es de Dios38.

Notas
6

1 Jn 3,2.

7

Cfr. Gn 2,1.

8

Gn 1,31.

9

Ga 4,5.

10

Cfr. Rm 6,4-5.

11

Cfr. Ef 1,9-10.

12

Cfr. Col 1,20.

13

Ef 5,1.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
14

1 Jn 3,1.

15

Cfr. Jn 1,14.

16

Jn 1,4.

17

Cfr. Jn 1,5.

18

Jn 1,5.

19

Cfr. 1 Jn 4,8.

20

Cfr. Lc 12,49.

21

1 Jn 1,3-4.

Referencias a la Sagrada Escritura
Notas
36

Rm 8,14-17.

37

Sal 2,8.

38

1 Co 3, 22-23.

Referencias a la Sagrada Escritura