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Es un espíritu, el de la Obra, que nos lleva a sentir muy hondamente la filiación divina: carissimi, nunc filii Dei sumus6; queridísimos, nosotros somos ya ahora hijos de Dios. Verdad gozosa que fundamenta toda nuestra vida espiritual, que llena de esperanza nuestra lucha interior y nuestras tareas apostólicas; que nos enseña a conocer, a tratar, a amar a nuestro Padre Dios con confiada sencillez de hijos. Más aún, precisamente porque somos hijos de Dios, esta realidad nos lleva también a contemplar, con amor y con admiración, todas las cosas que salieron de las manos de Dios Padre Creador.

El mundo, hijos míos, las criaturas todas del Señor son buenas. Nos enseña la Sagrada Escritura que, concluida la obra maravillosa de la Creación, terminados el cielo y la tierra con su espléndido cortejo de seres7, contempló Dios todo lo que había hecho y vio que todo era muy bueno8.

Fue el pecado de Adán el que rompió esta divina armonía de la Creación. Pero Dios Padre, llegada la plenitud del tiempo, envió al mundo a su Hijo Unigénito para que restableciera esta paz: para que, redimiendo al hombre del pecado, adoptionem filiorum reciperemus9, fuéramos constituidos hijos de Dios, capaces de participar de la intimidad divina; y para que así fuera también posible a este hombre nuevo, a esta nueva rama de los hijos de Dios10, liberar la creación entera del desorden, restaurando todas las cosas en Cristo11, que las ha reconciliado con Dios12.

La llamada a colaborar con Cristo

A eso, hijos míos, hemos sido llamados; ésa ha de ser nuestra tarea apostólica que, con una espiritualidad propia y una ascética peculiar, se encuadra maravillosamente dentro de la única misión de Cristo y de su Iglesia.

El Señor nos llama para que le imitemos como hijos suyos queridísimos –estote ergo imitatores Dei, sicut filii carissimi13, sed imitadores de Dios, como hijos suyos muy queridos–, colaborando humilde y fervorosamente en el divino propósito de unir lo que está roto, de salvar lo que está perdido, de ordenar lo que el hombre ha desordenado, de llevar a su fin lo que se descamina: de restablecer la divina concordia de todo lo creado.

Notas
6

1 Jn 3,2.

7

Cfr. Gn 2,1.

8

Gn 1,31.

9

Ga 4,5.

10

Cfr. Rm 6,4-5.

11

Cfr. Ef 1,9-10.

12

Cfr. Col 1,20.

13

Ef 5,1.

Referencias a la Sagrada Escritura
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