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Obligación de convivir. No rechazar a nadie

Como veis, hijas e hijos queridísimos, la práctica armónica de la santa transigencia y de la santa intransigencia es fácil y es difícil: fácil, porque nos empuja la caridad de Cristo y nos ayuda su gracia; difícil, porque están en contra las malas inclinaciones de nuestra miseria personal, y es necesario tener en cuenta muchos factores, para no resolver los problemas falsa y apresuradamente.

En el coro de Santo Toribio de Liébana hay, según me dicen, unas ménsulas que parecen sostener los nervios de las bóvedas; algunos de vosotros las habréis visto. Una de las ménsulas representa una cabeza de perro, y la del lado opuesto, una cabeza de gato. Suelen explicar que el gato significa al hombre viejo, que todos llevamos dentro; y el perro alude al hombre nuevo, el que Jesucristo hizo nacer con su Redención. Pero a veces he pensado que esas ménsulas pueden ser también el símbolo del trato entre los hombres: naciones, credos religiosos, razas, personas que viven como el perro y el gato, siempre peleándose, pero que están en la obligación de convivir, sosteniendo el peso de la bóveda, la paz y la tranquilidad del mundo.

No olvidéis que, si hay cosas que desunen, también hay siempre cosas que unen, que pueden facilitar el trato respetuoso, amigable, leal; y que los hijos de Dios −en su verdadera Iglesia− hemos de saber aprovechar y poner de relieve, para atraer de ese modo a la luz iis qui ignorant et errant17, a los que desconocen la verdad y están en el error.

Nunca me ha terminado de gustar ese ejemplo que algunos suelen poner para describir la conducta de un cristiano: las manzanas buenas, que se corrompen cuando en el cesto donde están se coloca un fruto podrido. Nosotros, hijos míos, no hemos de temer la convivencia con quienes no posean o no vivan la doctrina de Jesucristo.

Con las oportunas cautelas, no hemos de rechazar a nadie, porque tenemos los medios espirituales, ascéticos e intelectuales suficientes, para no dejarnos estropear: un hijo de Dios en la Obra no ha de dejarse influir por el ambiente, sino que ha de ser él quien dé el ambiente a los que le rodean, nuestro ambiente, el ambiente de Jesús Señor Nuestro, que convivía con los pecadores y les trataba18.

Materias
Notas
17

Hb 5,2.

18

Cfr. Lc 15,2.

Referencias a la Sagrada Escritura
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