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El Señor nos ha llamado a su Obra, para que difundamos por toda la tierra su mensaje de amor infinito. No hay un alma que pueda quedar excluida de nuestra caridad. Cuando el cristiano comprende y vive la catolicidad de la Iglesia, cuando advierte la urgencia de anunciar la nueva de salvación a todas las criaturas, sabe que ha de hacerse todo para todos, para salvarlos a todos23.

Y nuestro deseo apostólico se convierte efectivamente en vida; empieza por lo que tiene a su alcance, por el quehacer ordinario de cada día, y poco a poco extiende en círculos concéntricos su afán de mies: en el seno de la familia, en el lugar de trabajo; en la sociedad civil, en la cátedra de cultura, en la asamblea política, entre todos sus conciudadanos de cualquier condición social que sean; llega hasta las relaciones entre los pueblos, abarca en su amor razas, continentes, civilizaciones diversísimas.

Pero el apóstol ha de empezar a hacer su labor divina en lo que tiene a su lado, sin agotar su celo en fantasías, o en ojalás. Y ése es el consejo que os doy. Llegará el día, en el que podréis poner en práctica vuestros deseos de amor y de apostolado entre gentes de toda la tierra. Ahora, hijas e hijos míos, la Obra está naciendo y os veis materialmente reducidos a unos ámbitos limitados, pero el espíritu es universal y seremos también universales de hecho: nuestra empresa sobrenatural no conoce fronteras.

Notas
23

1 Co 9,22.

Referencias a la Sagrada Escritura
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