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Hijas e hijos míos, todos tenemos altibajos en el alma. Hay momentos en los que el Señor nos quita el entusiasmo humano: notamos cansancio, parece como si el pesimismo quisiera adormecer el alma, y sentimos algo que intenta cegarnos y sólo nos deja ver las sombras del cuadro. Entonces es la hora de hablar con sinceridad y dejarse llevar de la mano, como un niño.

Para eso está la charla confidencial, fraterna, periódica. Para eso está la Confesión que, como tenéis buen espíritu, hacéis siempre que podéis con un sacerdote de la Obra**. Si procuráis reaccionar así, enseguida volverán las luces al cuadro, y comprenderemos que aquellas sombras eran providenciales, porque, si no existieran, faltaría relieve al retablo de nuestra vida. «El que habita al amparo del Altísimo y mora a la sombra del Todopoderoso, diga a Dios: Tú eres mi refugio y mi ciudadela, mi Dios, en quien confío. Pues Él le librará de la red del cazador y de la peste exterminadora; le cubrirá con sus plumas, y le hará hallar refugio bajo sus alas, y su fidelidad le será escudo y adarga»15.

Pido a Jesús, por la intercesión de su Madre Bendita, y de nuestro Padre y Señor San José –a quien tanto quiero–, que me entendáis. Siempre, pero mucho más en estos momentos, sería una traición dejar de estar vigilantes, abrir la mano, consentir la más pequeña infidelidad. Cuando hay tanta gente desleal, estamos más obligados a ser fieles a nuestros compromisos de amor. No os importe si os parece que habéis perdido otros motivos, que antes os ayudaban a ir adelante, y ahora sólo os queda éste: la lealtad con Dios.

¡Lealtad! ¡Fidelidad! ¡Hombría de bien! En lo grande y en lo pequeño, en lo poco y en lo mucho. Querer luchar, aunque a veces parezca que no podemos querer. Si viene el momento de la debilidad, abrid el alma de par en par, y dejaos llevar suavemente: hoy subo dos escalones, mañana cuatro… Al día siguiente, quizá ninguno, porque nos hemos quedado sin fuerzas. Pero queremos querer. Tenemos, al menos, deseos de tener deseos. Hijos, eso es ya combatir.

Al que no estuviera decidido a ser constante con sus compromisos, a mantenerse íntegro en la fe e intachable en la conducta, yo le aconsejaría que desista de hacer el hipócrita, que se marche, y que nos deje a los demás tranquilos en nuestro camino. Hay un refrán en mi tierra que dice así: o herrar, o quitar el banco. O desempeñar el oficio propio de los cristianos, o suprimir el banco donde no se trabaja.

Nuestro quehacer sobrenatural es amar de verdad a Dios, que para eso nos ha dado un corazón y nos lo ha pedido entero. No podemos ser unos fingidos: yo sé que ninguno de mis hijos lo será. Insisto, sin embargo, en que si no meditáis lo que os digo, si no procuráis manteneros atentos, perderéis el tiempo y haréis mucho daño a la Iglesia y a la Obra. El Señor, hijas e hijos de mi alma, está a la espera de nuestra correspondencia, contando con que somos frágiles y nos encontramos inclinados a todas las miserias. Por eso, Él nos ayuda siempre: «Porque se adhirió a mí, yo le libertaré; yo le defenderé, porque ha reconocido mi nombre»16, dice el salmo.

Notas
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** «hacéis siempre que podéis con un sacerdote de la Obra»: la labor de acompañamiento espiritual, según el espíritu y los modos específicos del Opus Dei, se realiza en parte a través de los consejos que se dan por medio de la Confesión, por lo que resulta coherente acudir a sacerdotes con ese espíritu, aunque, como es obvio, hay libertad para confesarse con quien se desee, como san Josemaría recuerda un poco más adelante, en el n.º 85 (N. del E.).

15

Dom. I in Quadrag., Tract. (Sal 91[90],1-4).

16

Dom. I in Quadrag. Tract. (Sal 91[90],14).

Referencias a la Sagrada Escritura
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