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De profundis… «De lo profundo te invoco, ¡oh Yavé! Oye, Señor, mi voz; estén atentos tus oídos al clamor de mi súplica. Si miras, Señor, los pecados, ¿quién podrá subsistir?»19. Pidamos a Dios que se corte esta sangría en su Iglesia, que las aguas vuelvan a su cauce. Decidle que no tenga en cuenta las locuras de los hombres, y que muestre su indulgencia y su poder.

No nos puede vencer la tristeza. Somos optimistas, también porque el espíritu del Opus Dei es de optimismo. Pero no estamos en Babia: estamos en la realidad, y la realidad es amarga.

Todas esas traiciones a la Persona, a la doctrina y a los Sacramentos de Cristo, y también a su Madre Purísima… parecen una venganza: la venganza de un ánimo miserable, contra el amor de Dios, contra su amor generoso, contra esa entrega de Jesucristo: de ese Dios que se anonadó, haciéndose hombre; que se dejó coser con hierros al madero, aun cuando no necesitaba de clavos, porque le bastaba –para estar fijo y pendiente de la Cruz– el amor que nos tenía; y que se ha quedado entre nosotros en el Sacramento del Altar.

Claridad con oscuridad, así le hemos pagado. Generosidad con egoísmos, así le hemos pagado. Amor con frialdad y desprecio, así le hemos pagado. Hijas e hijos míos, que no os dé vergüenza conocer nuestra constante miseria. Pero pidamos perdón: «Perdona, Señor, a tu pueblo, y no abandones tu heredad al oprobio, entregándola al dominio de las naciones»20.

Cada día caigo más en la cuenta de estas realidades, y cada día estoy buscando más la intimidad de Dios, en la reparación y en el desagravio. Pongámosle delante el número de almas que se pierden, y que no se deberían perder si no las hubiesen puesto en la ocasión; de almas que han abandonado la fe, porque hoy se puede hacer propaganda impune de toda clase de falsedades y herejías; de almas que han sido escandalizadas, por tanta apostasía y por tanta maldad; de almas que se han visto privadas de la ayuda de los Sacramentos y de la buena doctrina.

En las visitas que recibo, son muchos los que se quejan, los que sienten la tragedia, y la imposibilidad de poner medios humanos para remediar el mal. A todos les digo: reza, reza, reza, y haz penitencia. Yo no puedo aconsejar que desobedezcan, pero sí la resistencia pasiva de no colaborar con los que destrozan, de ponerles dificultades, de defenderse personalmente. Y mejor aún esa resistencia activa de cuidar la vida interior, fuente del desagravio, del clamor.

Tú, Señor, has dicho que clamemos: «Clama, ne cesses!»21. En todo el mundo estamos cumpliendo tus deseos, pidiéndote perdón, porque en medio de nuestras miserias Tú nos has dado la fe y el amor. «A ti alzo mis ojos, a ti que habitas en los cielos. Como están atentos los ojos del siervo a las manos de su señor, como los ojos de la esclava a la mano de su dueña, así se alzan nuestros ojos a Yavé, nuestro Dios, para que se compadezca de nosotros»22.

Por la intercesión de Santa María y del Santo Patriarca, San José, pedid al Señor que nos aumente el espíritu de reparación; que tengamos dolor de nuestros pecados, que sepamos recurrir al Sacramento de la Penitencia. Hijos, escuchad a vuestro Padre: no hay mejor acto de arrepentimiento y de desagravio que una buena confesión. Allí recibimos la fortaleza que necesitamos para luchar, a pesar de nuestros pobres pies de barro. «Non est opus valentibus medicus, sed male habentibus»23, que el médico no es para los que están sanos, sino para los que están enfermos.

Notas
19

Sal 130(129),1-3.

20

Feria IV Cinerum, Ep. (Jl 2,17).

21

Is 58,1.

22

Sal 123(122),1-2.

23

Mt 9,12.

Referencias a la Sagrada Escritura
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