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¿Qué haréis cuando veáis –porque eso se nota– que un hermano vuestro afloja, y no lucha? ¡Pues acogerle, ayudarle! Si os dais cuenta de que le cuesta rezar el rosario, ¿por qué no invitarle a rezar con vosotros? Si se le hace más difícil la puntualidad: oye, que faltan cinco minutos para la oración o para la tertulia. ¿Para qué está la corrección fraterna? ¿Para qué está la charla personal, que hay en Casa? Tanto si la rehúyen como si la prolongan excesivamente, cuidado.

¿Y la Confesión? No la dejéis nunca, en los días que os corresponda y siempre que os haga falta, hijas e hijos míos. Tenéis libertad de confesaros con quien queráis, pero sería una locura que os pusierais en otras manos, que quizá se avergüenzan de estar ungidas. ¡No os podéis fiar!

Todos estos medios espirituales, facilitados por el cariño que nos tenemos, están para ayudarnos a recomenzar, para que volvamos de nuevo a buscar el refugio de la presencia de Dios, con la piedad, con las pequeñas mortificaciones, con la preocupación por los demás. Esto es lo que nos hace fuertes, serenos y vencedores.

Ahora más que nunca debemos estar unidos en la oración y en el cuidado, para contener y purificar estas aguas turbias que se desbordan sobre la Iglesia de Dios. «Possumus!»17. Podemos vencer esta batalla, aunque las dificultades sean grandes. Dios cuenta con nosotros. «Esto es lo que debe transportaros de gozo, aunque ahora por un poco de tiempo conviene que seamos afligidos con varias tentaciones; para que nuestra fe probada de esta manera y mucho más acendrada que el oro –que se acrisola con el fuego– se halle digna de alabanza, de gloria y de honor, en la venida manifiesta de Jesucristo»18.

La situación es grave, hijas e hijos míos. Todo el frente de guerra está amenazado; que no se rompa por uno de nosotros. El mal –no ceso de advertiros– viene de dentro y de muy arriba. Hay una auténtica podredumbre y, a veces, parece como si el Cuerpo Místico de Cristo fuera un cadáver en descomposición, que hiede. ¡Cuánta ofensa a Dios! Nosotros, que somos tan frágiles y aun más frágiles que los demás, pero que –ya lo he dicho– tenemos un compromiso de Amor, hemos de dar ahora a nuestra existencia un sentido de reparación. Cor Iesu Sacratissimum et Misericors, dona nobis pacem!***

Hijos, vosotros tenéis un corazón grande y joven, un corazón ardiente, ¿no sentís la necesidad de desagraviar? Llevad el alma por ese camino: el camino de la alabanza a Dios, viendo cada uno cómo debe ser firmemente tenaz; y el camino del desagravio, de poner amor allí donde se ha producido un vacío, por la falta de fidelidad de otros cristianos.

Notas
17

Mt 20,22.

18

1 P 1,6-7.

***

* * ¡Corazón Sacratísimo y Misericordioso de Jesús, danos la paz (N. del E.).

Referencias a la Sagrada Escritura
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