Lista de puntos

Hay 22 puntos en «Forja» cuya materia es Humildad → conocimiento de Dios y conocimiento propio.

¿De qué te envaneces? —Todo el impulso que te mueve es de El. Obra en consecuencia.

Pide al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, y a tu Madre, que te hagan conocerte y llorar por ese montón de cosas sucias que han pasado por ti, dejando —¡ay!— tanto poso… —Y a la vez, sin querer apartarte de esa consideración, dile: dame, Jesús, un Amor como hoguera de purificación, donde mi pobre carne, mi pobre corazón, mi pobre alma, mi pobre cuerpo se consuman, limpiándose de todas las miserias terrenas… Y, ya vacío todo mi yo, llénalo de Ti: que no me apegue a nada de aquí abajo; que siempre me sostenga el Amor.

Humildad de Jesús: ¡qué vergüenza, por contraste, para mí —polvo de estiércol—, que tantas veces he disfrazado mi soberbia so capa de dignidad, de justicia!… —Y así, ¡cuántas ocasiones de seguir al Maestro he perdido, o no he aprovechado, por no sobrenaturalizarlas!

Tú no puedes tratar con falta de misericordia a nadie: y, si te parece que una persona no es digna de esa misericordia, has de pensar que tú tampoco mereces nada.

—No mereces haber sido creado, ni ser cristiano, ni ser hijo de Dios, ni pertenecer a tu familia…

Cuando aquel sacerdote, nuestro amigo, firmaba "el pecador", lo hacía convencido de escribir la verdad.

—¡Dios mío, purifícame también a mí!

Te ves como un pobrecito, a quien su amo ha quitado la librea —¡sólo pecador!—, y entiendes la desnudez sentida por nuestros primeros padres.

—Deberías estar siempre llorando. Y mucho has llorado; mucho has sufrido. Sin embargo eres muy feliz. No te cambiarías por nadie. Tu «gaudium cum pace» —tu alegría serena, desde hace muchos años, no la pierdes. La agradeces a Dios, y querrías llevar a todos el secreto de la felicidad.

—Sí: se comprende que muchas veces hayan dicho —aunque nada te importe el "qué dirán"— que eres "hombre de paz".

Escribes, y copio: "«Domine, tu scis quia amo te!» —¡Señor, Tú sabes que te amo!: cuántas veces, Jesús, repito y vuelvo a repetir, como una letanía agridulce, esas palabras de tu Cefas: porque sé que te amo, pero ¡estoy tan poco seguro de mí!, que no me atrevo a decírtelo claro. ¡Hay tantas negaciones en mi vida perversa! «Tu scis, Domine!» —¡Tú sabes que te amo! —Que mis obras, Jesús, nunca desdigan estos impulsos de mi corazón".

—Insiste en esta oración tuya, que ciertamente El oirá.

La humildad nace como fruto de conocer a Dios y de conocerse a sí mismo.

A ti, que te ves tan falto de virtudes, de talento, de condiciones…, ¿no te dan ganas de clamar como Bartimeo, el ciego: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!?

—Qué hermosa jaculatoria, para que la repitas muchas veces: ¡Señor, ten compasión de mí!

—Te oirá y te atenderá.

No esperes por tu labor el aplauso de las gentes.

—¡Más!: no esperes siquiera, a veces, que te comprendan otras personas e instituciones, que también trabajan por Cristo.

—Busca sólo la gloria de Dios y, amando a todos, no te preocupe que otros no te entiendan.

Estás como el pobrete que de pronto se entera de que es ¡hijo del Rey! —Por eso, ya sólo te preocupa en la tierra la Gloria —toda la Gloria— de tu Padre Dios.

Ante el lienzo, con afanes de superación, exclamaba aquel artista: Señor, quiero colorearte treinta y ocho corazones, treinta y ocho ángeles rompiéndose siempre de amor por Ti: treinta y ocho maravillas bordadas en tu cielo, treinta y ocho soles en tu manto, treinta y ocho fuegos, treinta y ocho amores, treinta y ocho locuras, treinta y ocho alegrías…

Después, humilde, reconocía: eso es la imaginación y el deseo. La realidad son treinta y ocho figuras poco logradas que, más que dar satisfacción, mortifican la vista.

Cuando se trabaja por Dios, hay que tener "complejo de superioridad", te he señalado.

Pero, me preguntabas, ¿esto no es una manifestación de soberbia? —¡No! Es una consecuencia de la humildad, de una humildad que me hace decir: Señor, Tú eres el que eres. Yo soy la negación. Tú tienes todas las perfecciones: el poder, la fortaleza, el amor, la gloria, la sabiduría, el imperio, la dignidad… Si yo me uno a Ti, como un hijo cuando se pone en los brazos fuertes de su padre o en el regazo maravilloso de su madre, sentiré el calor de tu divinidad, sentiré las luces de tu sabiduría, sentiré correr por mi sangre tu fortaleza.

Con la frente pegada al suelo y puesto en la presencia de Dios, considera (porque es así) que eres una cosa más sucia y despreciable que las barreduras recogidas por la escoba.

—Y, a pesar de todo, el Señor te ha elegido.

Padre, me has comentado: yo tengo muchas equivocaciones, muchos errores.

—Ya lo sé, te he respondido. Pero Dios Nuestro Señor, que también lo sabe y cuenta con eso, sólo te pide la humildad de reconocerlo, y la lucha para rectificar, para servirle cada día mejor, con más vida interior, con una oración continua, con la piedad y con el empleo de los medios adecuados para santificar tu trabajo.

Dedicaremos todos los afanes de nuestra vida —grandes y pequeños— a la honra de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo.

—Recuerdo con emoción el trabajo de aquellos universitarios brillantes —dos ingenieros y dos arquitectos—, ocupados gustosamente en la instalación material de una residencia de estudiantes. En cuanto colocaron el encerado en una clase, lo primero que escribieron los cuatro artistas fue: «Deo omnis gloria!» —toda la gloria para Dios.

—Ya sé que te encantó, Jesús.

«Regnare Christum volumus!» —queremos que Cristo reine. «Deo omnis gloria!» —para Dios toda la gloria.

Este ideal de guerrear —y vencer— con las armas de Cristo, solamente se hará realidad por la oración y el sacrificio, por la fe y el Amor.

—Pues…, ¡a orar, y a creer, y a sufrir, y a Amar!

Has de permanecer vigilante, para que tus éxitos profesionales o tus fracasos —¡que vendrán!— no te hagan olvidar, aunque sólo sea momentáneamente, cuál es el verdadero fin de tu trabajo: ¡la gloria de Dios!

No vivimos para la tierra, ni para nuestra honra, sino para la honra de Dios, para la gloria de Dios, para el servicio de Dios: ¡esto es lo que nos ha de mover!

La rectitud de intención está en buscar "sólo y en todo" la gloria de Dios.

Te aconsejo que no busques la alabanza propia, ni siquiera la que merecerías: es mejor pasar oculto, y que lo más hermoso y noble de nuestra actividad, de nuestra vida, quede escondido… ¡Qué grande es este hacerse pequeños!: «Deo omnis gloria!» —toda la gloria, para Dios.

El barro fue mi principio y la tierra es la herencia de todo mi linaje.

¿Quién, sino Dios, merece alabanza?

Referencias a la Sagrada Escritura
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