Lista de puntos

Hay 9 puntos en «Forja» cuya materia es Humildad → frutos.

Al contemplar la escena de la Encarnación, refuerza en tu alma la decisión de "la humildad práctica". Mira que El se abajó, tomando nuestra pobre naturaleza.

—Por eso, en cada jornada, has de reaccionar ¡inmediatamente!, con la gracia de Dios, aceptando —queriendo— las humillaciones que el Señor te depare.

Si el panorama de tu vida interior, de tu alma, está oscuro, déjate conducir de la mano, como hace el ciego.

—El Señor, con el tiempo, premia esta humillación de rendir la cabeza, dando claridad.

Estás lleno de preocupación porque no amas como debes. Te fastidia todo. Y el enemigo hace lo que puede para que tu mal genio salga a relucir.

—Comprendo que estés muy humillado, y precisamente por esto has de reaccionar con eficacia y sin demora.

Servir y dar formación a los niños; atender con cariño a los enfermos.

Para hacerse entender de las almas sencillas, hay que humillar la inteligencia; para comprender a los pobres enfermos, hay que humillar el corazón. Y así, de rodillas el entendimiento y la carne, es fácil llegar a Jesús, por el camino seguro de la miseria humana, de la miseria propia, que lleva a anonadarse, para dejar a Dios que construya sobre nuestra nada.

El canto humilde y gozoso de María, en el «Magnificat», nos recuerda la infinita generosidad del Señor con quienes se hacen como niños, con quienes se abajan y sinceramente se saben nada.

Hijo, óyeme bien: tú, feliz cuando te maltraten y te deshonren; cuando mucha gente se alborote y se ponga de moda escupir sobre ti, porque eres «omnium peripsema» —como basura para todos…

—Cuesta, cuesta mucho. Es duro, hasta que —por fin— un hombre se acerca al Sagrario, se ve considerado como toda la porquería del mundo, como un pobre gusano, y dice de verdad: "Señor, si Tú no necesitas mi honra, ¿yo, para qué la quiero?"

Hasta entonces, no sabe el hijo de Dios lo que es ser feliz: hasta llegar a esa desnudez, a esa entrega, que es entrega de amor, pero fundamentada en la mortificación, en el dolor.

¡Cuánto bien y cuánto mal puedes hacer!

—Bien, si eres humilde y te sabes entregar con alegría y con espíritu de sacrificio; bien, para ti y para tus hermanos los hombres, para la Iglesia, para esta Madre buena.

—Y cuánto mal, si te guías por tu soberbia.

Este es el camino seguro: por la humillación, hasta la Cruz; desde la Cruz, con Cristo a la Gloria inmortal del Padre.

¡Cómo me hizo gozar la epístola de ese día! El Espíritu Santo, por San Pablo, nos enseña el secreto de la inmortalidad y de la Gloria. Los hombres todos sentimos ansias de perdurar.

Querríamos hacer eternos los instantes de nuestra vida, que reputamos felices. Querríamos glorificar nuestra memoria… Querríamos la inmortalidad para nuestros ideales. Por eso, en los momentos de aparente felicidad, al tener algo que consuela nuestro desamparo, todos, naturalmente, decimos y deseamos: para siempre, para siempre…

¡Qué sabiduría la del demonio! ¡Qué bien conocía el corazón humano! Seréis como dioses, les dijo a los primeros padres. Aquello fue un engaño cruel. San Pablo, en esta epístola a los Filipenses, enseña un divino secreto, para tener la inmortalidad y la Gloria: se anonadó Jesús, tomando forma de siervo… Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de Cruz. Por lo cual, Dios lo exaltó y le dio un nombre que está por encima de todo nombre: para que ante el nombre de Jesús se arrodillen todos en los Cielos y en la tierra y en los infiernos…

Referencias a la Sagrada Escritura
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