Lista de puntos

Hay 24 puntos en «Surco» cuya materia es Vida interior .

Más consigue aquél que importuna más de cerca… Por eso, acércate a Dios: empéñate en ser santo.

Me gusta comparar la vida interior a un vestido, al traje de bodas de que habla el Evangelio. El tejido se compone de cada uno de los hábitos o prácticas de piedad que, como fibras, dan vigor a la tela. Y así como un traje con un desgarrón se desprecia, aunque el resto esté en buenas condiciones, si haces oración, si trabajas…, pero no eres penitente —o al revés—, tu vida interior no es —por decirlo así— cabal.

¡A ver cuándo te enteras de que tu único camino posible es buscar seriamente la santidad!

Decídete —no te ofendas— a tomar en serio a Dios. Esa ligereza tuya, si no la combates, puede acabar en una triste burla blasfema.

Unas veces dejas que salte tu mal carácter, que aflora, en más de una ocasión, con una dureza disparatada. Otras, no te ocupas en aderezar tu corazón y tu cabeza, con el fin de que sean aposento regalado para la Santísima Trinidad… Y siempre, acabas por quedarte un tanto lejos de Jesús, a quien conoces poco…

—Así, jamás tendrás vida interior.

«Iesus Christus, perfectus Deus, perfectus Homo» —Jesucristo, perfecto Dios y perfecto Hombre.

Muchos son los cristianos que siguen a Cristo, pasmados ante su divinidad, pero le olvidan como Hombre…, y fracasan en el ejercicio de las virtudes sobrenaturales —a pesar de todo el armatoste externo de piedad—, porque no hacen nada por adquirir las virtudes humanas.

Remedio para todo: ¡santidad personal! —Por eso, los santos han estado llenos de paz, de fortaleza, de alegría, de seguridad…

Hasta ahora no habías comprendido el mensaje que los cristianos traemos a los demás hombres: la escondida maravilla de la vida interior.

¡Qué mundo nuevo les estás poniendo delante!

¡Cuántas cosas nuevas has descubierto! —Sin embargo, a veces eres un ingenuo, y piensas que has visto todo, que estás ya enterado de todo… Luego, tocas con tus manos la riqueza única e insondable de los tesoros del Señor, que siempre te mostrará “cosas nuevas”, si tú respondes con amor y delicadeza: y entonces comprendes que estás al principio del camino, porque la santidad consiste en la identificación con Dios, con ese Dios nuestro, que es infinito, inagotable.

Con el Amor, más que con el estudio, se llega a comprender las “cosas de Dios”.

Por eso, has de trabajar, has de estudiar, has de aceptar la enfermedad, has de ser sobrio… ¡amando!

Para tu examen diario: ¿he dejado pasar alguna hora, sin hablar con mi Padre Dios?… ¿He conversado con El, con amor de hijo? —¡Puedes!

Vamos a no engañarnos… —Dios no es una sombra, un ser lejano, que nos crea y luego nos abandona; no es un amo que se va y ya no vuelve. Aunque no lo percibamos con nuestros sentidos, su existencia es mucho más verdadera que la de todas las realidades que tocamos y vemos. Dios está aquí, con nosotros, presente, vivo: nos ve, nos oye, nos dirige, y contempla nuestras menores acciones, nuestras intenciones más escondidas.

Creemos esto…, pero ¡vivimos como si Dios no existiera! Porque no tenemos para El ni un pensamiento, ni una palabra; porque no le obedecemos, ni tratamos de dominar nuestras pasiones; porque no le expresamos amor, ni le desagraviamos…

—¿Vamos a seguir viviendo con una fe muerta?

Si tuvieras presencia de Dios, cuántas actuaciones “irremediables” remediarías.

¡Dichosas aquellas almas bienaventuradas que, cuando oyen hablar de Jesús —y El nos habla constantemente—, le reconocen al punto como el Camino, la Verdad y la Vida!

—Bien te consta que, cuando no participamos de esa dicha, es porque nos ha faltado la determinación de seguirle.

Una vez más has sentido a Cristo muy cerca. —Y una vez más has comprendido que todo lo tienes que hacer por El.

Acércate más al Señor…, ¡más! —Hasta que se convierta en tu Amigo, en tu Confidente, en tu Guía.

Cada día te notas más metido en Dios…, me dices. —Entonces, cada día estarás más cerca de tus hermanos.

Si hasta ahora, antes de encontrarle, querías correr en tu vida con los ojos abiertos, para enterarte de todo; desde este momento…, ¡a correr con la mirada limpia!, para ver con El lo que verdaderamente te interesa.

Cuando hay vida interior, con la espontaneidad con que la sangre acude a la herida, así se recurre a Dios ante cualquier contrariedad.

“Esto es mi Cuerpo…”, y Jesús se inmoló, ocultándose bajo las especies de pan. Ahora está allí, con su Carne y con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad: lo mismo que el día en el que Tomás metió los dedos en sus Llagas gloriosas.

Sin embargo, en tantas ocasiones, tú cruzas de largo, sin esbozar ni un breve saludo de simple cortesía, como haces con cualquier persona conocida que encuentras al paso.

—¡Tienes bastante menos fe que Tomás!

Si, para liberarte, hubieran encarcelado a un íntimo amigo tuyo, ¿no procurarías ir a visitarle, a charlar un rato con él, a llevarle obsequios, calor de amistad, consuelo?… Y, ¿si esa charla con el encarcelado fuese para salvarte a ti de un mal y procurarte un bien…, la abandonarías? Y, ¿si, en vez de un amigo, se tratase de tu mismo padre o de tu hermano?

—¡Entonces!

¡Jesús se ha quedado en la Hostia Santa por nosotros!: para permanecer a nuestro lado, para sostenernos, para guiarnos. —Y amor únicamente con amor se paga.

—¿Cómo no habremos de acudir al Sagrario, cada día, aunque sólo sea por unos minutos, para llevarle nuestro saludo y nuestro amor de hijos y de hermanos?

¿Has visto la escena? —Un sargento cualquiera o un alferecillo con poco mando…; de frente, se acerca un recluta bien plantado, de incomparables mejores condiciones que los oficiales, y no falta el saludo ni la contestación.

Medita en el contraste. —Desde el Sagrario de esa iglesia, Cristo —perfecto Dios, perfecto Hombre—, que ha muerto por ti en la Cruz, y que te da todos los bienes que necesitas…, se te acerca. Y tú, pasas sin fijarte.

Comenzaste con tu visita diaria… —No me extraña que me digas: empiezo a querer con locura la luz del Sagrario.

Que no falte a diario un “Jesús, te amo” y una comunión espiritual —al menos—, como desagravio por todas las profanaciones y sacrilegios, que sufre El por estar con nosotros.

Referencias a la Sagrada Escritura
Referencias a la Sagrada Escritura