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Ese camino es el que sigue el Papa, el dulce Cristo en la tierra, el Vice-Dios –como me gusta llamarlo–, que dice de sí mismo que es servus servorum Dei, el siervo de los siervos de Dios. Y si el Sumo Pontífice es siervo, hijas e hijos míos, no es tolerable que haya católicos que no quieran serlo. Uno solo es el Señor, único es el Dueño de la Iglesia: Jesucristo, Nuestro Dios, que –además de habernos creado– la ha comprado con el precio de su Sangre, quam acquisivit sanguine suo5. Por eso es encantador –y justo– el modo que tienen en algunas tierras de América, para referirse a Jesús: el Amo, le llaman.

Fuera del Señor, nadie hay en la tierra que sea propietario de las almas: todos venimos a servirlas, y a eso nos ha llamado cuando nos enriqueció con el don maravilloso de la fe, y cuando nos quiso en su Obra: sic nos existimet homo ut ministros Christi et dispensatores mysteriorum Dei6, así nos han de considerar los hombres: como ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios.

Notas
5

Hch 20,28.

6

1 Co 4,1.

Referencias a la Sagrada Escritura
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