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Pero dejemos estas consideraciones, y volvamos al hilo de las cosas que antes os decía. Os estoy hablando de servicio, y he empezado a señalar algunas características que ha de tener el nuestro. Quisiera ahora detenerme en otra, que está muy relacionada con el modo laical de trabajar, que tenemos en la Obra: el desinterés. Hemos de servir –os he solido decir– sin esperar ni una mirada de agradecimiento en la tierra.

En conciencia, me atrevo a aseguraros que este modo de proceder no suele abundar mucho. Hemos de rezar, para que solo sean historia pasada las razones que movieron a San Bernardo a escribir aquellas palabras que dirigía al Papa Eugenio III, en los Cinco Libros sobre la Consideración: ¡Abuso grande! Pocos miran a la boca del legislador, todos a las manos. Mas no sin motivo. Ellas son las que distribuyen los cargos y los empleos… Cuando (esos ambiciosos) hacen la oferta de servir, es cuando principalmente quieren dominar. Se prometen fieles, para causar daño más oportunamente a los que en ellos confían…

Estos, hechos odiosos a la tierra y al cielo, en una y en otro pusieron sus manos, llenos de impiedad contra Dios y de temeridad contra las cosas santas; entre sí mismos sediciosos; de sus vecinos, émulos; inhumanos con sus extraños; hombres que, no amando a ninguno, nadie los ama, y que, cuando afectan ser temidos de todos, es preciso que a todos teman.

Estos mismos son los que no sufren estar sujetos y no aciertan a presidir, siendo a los superiores infieles y a los inferiores insoportables. No tienen empacho para pedir, al mismo tiempo que tienen dura la frente para negar. Son importunos para recibir, inquietos hasta que reciben, ingratos después que han recibido.

Han adiestrado su lengua para hablar cosas grandes, al mismo tiempo que todo lo que obran es muy poco. Larguísimos en prometer, escasísimos en cumplir; suavísimos aduladores y mordacísimos detractores; sencillísimos disimuladores y malignísimos traidores31.

Hijos míos, la cita ha sido larga, pero ahorra todo comentario. No os olvidéis vosotros de que el amor y el servicio a la Iglesia, cuando son auténticos, no se paran en las personas que presiden, porque apuntan siempre más alto: Domino Christo servite32, es a Cristo a quien se ha de servir, y os aseguro que esa rectitud de intención no es fácil.

Notas
31

S. Bernardo de Claraval, De Consideratione libri quinque ad Eugenium tertium, IV, c. II (SBO III, pp. 451-452).

32

Col 3,24.

Referencias a la Sagrada Escritura
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