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Contrario al anticlericalismo de que os estoy hablando, es pretender aprovecharse de la condición de católico, para imponer un criterio personal en lo que es opinable; o para exigir gratuitamente, de otros católicos, la prestación de determinados trabajos profesionales, sin corresponder económicamente con lo que es justo y razonable, porque ése es su trabajo y el medio que tienen para vivir y sostenerse. Con la agravante además de que, si esos servicios se solicitasen de otras personas, quizá indiferentes o enemigas de la Iglesia, se pagarían como es debido, y aun quizá con traiciones a la Iglesia.

Cuando veo, en la vida política de cualquier país, laicos que se arrogan la representación de la Jerarquía episcopal, comprometiéndola en cosas temporales, porque ellos –los laicos, que se llaman ostentosamente católicos– no son capaces, o no parecen capaces, de asumirse la personal responsabilidad que les corresponde como ciudadanos; y se pegan a la Iglesia como la hiedra al muro, haciéndolo desaparecer primero con su follaje, y destruyéndolo después con las raíces que buscan la savia en las grietas de los nobles sillares, de ordinario callo y rezo. Siempre, sin embargo, se viene a mi memoria aquel pasaje de San Lucas, y me parece oír la voz de Jesús Señor Nuestro, diciéndoles: escrito está, mi casa es casa de oración; pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones22.

Notas
22

Lc 19,46.

Referencias a la Sagrada Escritura
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