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Respeto a las vocaciones de los demás. Amor y veneración por los religiosos

Quien no es capaz de amar, o al menos de respetar, la vocación de los demás –con las tareas apostólicas que cada vocación lleva consigo–, no ama rectamente la propia vocación: quizá porque quiere desordenadamente que la vocación de los demás sea igual que la suya; o quiere absorber todos los apostolados en el suyo propio, con la consecuencia inmediata de no centrarse en los fines que, por justicia, ha de cumplir, y de convertirse –por tanto– en un obstáculo para el trabajo de los demás y para la unidad y la variedad del apostolado.

No voy a extenderme en todo lo que me sugieren estas consideraciones, que se salen del tema de esta Carta, pero no quiero dejar de deciros –una vez más– cómo amo y venero a los religiosos, y a todas las almas que trabajan por Cristo. Refiriéndome a ellos, puedo repetir mil veces con verdad las palabras que San Pablo escribía a los fieles de Filipos: testis enim mihi est Deus, quomodo cupiam omnes vos in visceribus Iesu Christi37, Dios me es testigo del cariño con que os amo en las entrañas de Jesucristo.

Notas
37

Flp 1,8.

Referencias a la Sagrada Escritura
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