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El bien de las almas exige necesariamente, en tales circunstancias, una actitud clara, positiva, de la Jerarquía –y nosotros la obedeceremos–, sin que por desgracia falten fuera de la Obra los que se lamentan si la Iglesia habla, porque lo hace de un modo que a ellos no gusta; o sin que tampoco falten los que se quejan si la Iglesia calla: siempre habrá quien se duela del silencio de la Iglesia, por el simple motivo de que querría descargar su personal responsabilidad en la Jerarquía episcopal de su nación.

Si se pretendiera echar sobre los demás actuaciones propias; si alguno no se resignara a desaparecer de la pobre escena de su mundillo apostólico, político o social; si se empeñara en atribuirse méritos o éxitos ajenos, o si no se estuviera dispuesto a renunciar al gusto de figurar, se acabaría por dar razón a los sembradores de la discordia, y entonces sí que las palabras de la Iglesia podrían ser ocasión de escándalo: pero no por Ella, que es Maestra de verdad, sino por la desobediencia de alguno de sus hijos.

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