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Con todas las almas, en todos los ambientes. Sembrar paz y amor

El Señor ha querido para nosotros ese espíritu, que es el suyo. ¿No veis su continuo afán por estar con la muchedumbre? ¿No os enamora contemplar cómo no rechaza a nadie? Para todos tiene una palabra, para todos abre sus labios dulcísimos; y les enseña, les adoctrina, les lleva nuevas de alegría y de esperanza, con ese hecho maravilloso, único, de un Dios que convive con los hombres.

Unas veces les habla desde la barca, mientras están sentados en la orilla; otras, en el monte, para que toda la muchedumbre oiga bien; otras veces, entre el ruido de un banquete, en la quietud del hogar, caminando entre los sembrados, sentados bajo los olivos. Se dirige a cada uno, según lo que cada uno puede entender: y pone ejemplos de redes y de peces, para la gente marinera; de semillas y de viñas, para los que trabajan la tierra; al ama de casa, le hablará de la dracma perdida; a la samaritana, tomando ocasión del agua que la mujer va a buscar al pozo de Jacob. Jesús acoge a todos, acepta las invitaciones que le hacen y −cuando no le invitan− a veces es Él quien se convida: Zachaee, festinans descende, quia hodie in domo tua oportet me manere4; Zaqueo, baja deprisa, porque conviene que hoy me hospede en tu casa.

Cristo quiere que todos los hombres se salven5, que nadie se pierda; y se apresura a dar su vida por todos, en un derroche de amor, que es holocausto perfecto. Jesús no quiere convencer por la fuerza y, estando junto a los hombres, entre los hombres, les mueve suavemente a seguirle, en busca de la verdadera paz y de la auténtica alegría.

Notas
4

Lc 19,5.

5

1 Tm 2,4.

Referencias a la Sagrada Escritura
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