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Nosotros, hijas e hijos míos, hemos de hacer lo mismo, porque nos empuja esa misma caridad de Cristo: caritas Christi urget nos6. Con la luz siempre nueva de la caridad, con un generoso amor a Dios y al prójimo, renovaremos, a la vista del ejemplo que nos dio el Maestro, nuestras ansias de comprender, de disculpar, de no sentirnos enemigos de nadie.
Nuestra actitud −ante las almas− se resume así, en esa expresión del Apóstol, que es casi un grito: caritas mea cum omnibus vobis in Christo Iesu!7: mi cariño para todos vosotros, en Cristo Jesús. Con la caridad, seréis sembradores de paz y de alegría en el mundo, amando y defendiendo la libertad personal de las almas, la libertad que Cristo respeta y nos ganó8.
La Obra de Dios ha nacido para extender por todo el mundo el mensaje de amor y de paz, que el Señor nos ha legado; para invitar a todos los hombres al respeto de los derechos de la persona. Así quiero que mis hijos se formen, y así sois.
A vuestra unidad de vida, debe corresponder una magnanimidad espontánea, renovada cada día, que ha de estar patente y se ha de manifestar en todas las cosas, de manera que −como fieles soldados de Cristo Jesús en el mundo− sepáis ofreceros en holocausto, diciendo de veras: con plena sinceridad, con alegría, me he entregado, Señor, con todo lo que tengo9.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/cartas-1/182/ (04/05/2024)