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Distinción entre el error y el que yerra. Caridad con los equivocados

Las ideas malas no suelen ser totalmente malas; tienen ordinariamente una parte de bien, porque si no, no las seguiría nadie. Tienen casi siempre una chispa de verdad, que es su banderín de enganche; pero esa parte de verdad no es de ellas: está tomada de Cristo, de la Iglesia; y, por tanto, son esas ideas buenas −que están mezcladas con el error− las que han de venir detrás de los cristianos, que poseen la verdad plena; no hemos de ser nosotros los que vayamos detrás de ellas.

Pero ese criterio es válido sólo desde un punto de vista doctrinal; en el trato personal, en la práctica, sois vosotros los que habéis de ir en pos de los equivocados, no para dejaros arrastrar por sus ideologías, sino para ganarlos a Cristo, para atraerles suave y eficazmente a la luz y a la paz.

Con frecuencia me oís repetir que la Obra de Dios no es antinada. Ciertamente no podremos decir que el error es una cosa buena, pero los equivocados merecen nuestro cariño, nuestra ayuda, nuestro trato leal y sincero: y no agradaríamos a Dios, si se lo negáramos, simplemente porque no piensan como nosotros.

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