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Trato con los que están en el error. Conocer sus razones.

Dentro del orden de la caridad −insisto−, daremos un trato lleno de cariño a los que, por ignorancia, por soberbia o por la incomprensión de otros, se acercan al error o han caído en él. Si la gente se equivoca, hijas e hijos míos, no es siempre por mala voluntad: hay ocasiones, en las que yerran, porque no tienen medios para averiguar la verdad por sí mismos; o porque encuentran más cómodo −y hemos de disculparles− repetir bobamente lo que acaban de oír o de leer, y hacen así eco a falsedades.

Es necesario conocer las razones que puedan tener. No es grato a Dios juzgar sin escuchar al reo, a veces en las sombras del secreto y en no pocas ocasiones −dada la triste debilidad humana− con testigos y acusadores que se sirven del anonimato para calumniar o difamar.

Faltaría a la verdad, hijos, si os dijera que este consejo que os doy viene sólo de experiencia ajena: lo he vivido en mi carne, pero −por gracia de Dios− puedo decir también que desde entonces amo más a la Iglesia, justamente porque hay eclesiásticos que condenan sin escuchar.

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