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Diálogo con los que no conocen nuestra religión y con los que se han apartado de la fe católica

Tened comprensión, aun con esos que no parecen capaces de entender al prójimo, y le juzgan apresuradamente. Vuestro cariño y vuestro ejemplo, llenos de rectitud, les servirán como el mejor estímulo, al ver que lucháis y vencéis, con la gracia de Dios, las malas inclinaciones, la tendencia al error que todos tenemos.

Lo mismo da que sean almas alejadas del Señor, o que se trate de la incomprensión de los buenos. Sus prejuicios nacen precisamente de la falta de trato, de la ausencia de un diálogo franco, que les ayude a comprender lo que no entienden. No seremos nosotros los que nos neguemos a ese diálogo y, si ellos se niegan, no les guardéis rencor, porque su incomprensión nos santifica. El enfermo sensato no guarda rencor al bisturí, que el médico ha empleado para curarle.

Vuestro cariño, vuestro trato sincero y noble, han de ser también para los que no conocen nuestra religión, y para los que se han apartado de la fe católica. Les admitiremos siempre junto a nosotros y −sin ceder en la doctrina, porque no es nuestra− transigiremos con las personas, les invitaremos a trabajar codo a codo con nosotros, en el corazón de nuestras labores; les pondremos en el centro de lo que más amamos en la tierra, les daremos la gran ocasión de convertirse en mano y en brazo de Dios, para hacer su Obra en el mundo.

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