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Saber decir la verdad a los que mandan. Saber callar

Para los que no andan por el camino de la verdad, los que quieren decírsela son incómodos, de la misma manera que el mártir y el santo son incómodos para el tibio, y acicate para el fervoroso. La Iglesia necesita, sin embargo, del amor de sus hijos, siempre dispuestos a manifestar –con desprendimiento efectivo de su persona y con la mira puesta en objetivos sobrenaturales– todo lo que con certeza, en la presencia de Dios, vean que han de manifestar.

Hay que hacerlo con el convencimiento de que solo así se ayuda realmente al que dirige, al que sirve llevando las bridas; hay que hacerlo también, a sabiendas de que el Buen Pastor no puede tener miedo a conocer la sarna de alguna oveja, aunque se le acarreen trabajos y complicaciones, que siempre serán santos.

Y cuando no se pueda hablar –porque no es oportuno, o porque se ha recibido un consejo en ese sentido, de quien tiene autoridad para darlo–, habréis de saber callar, ofreciendo a Dios el dolor y el sufrimiento que se prueba: con fe en la providencia, llegaréis así una vez más al convencimiento de que servir es trabajar puesta la mirada siempre en el cielo.

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