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A nadie se le ha ocurrido que el Ordinario conozca –o pretenda conocer– lo que hace en su diócesis cada fraile. De cada uno de ellos sabe que es religioso, si es que le conoce, y basta: el único que está al corriente de lo que hace –y no siempre– es su Superior inmediato, a no ser que surja un escándalo.

Pensad en la información que tiene el obispo, sobre cada cofrade de una asociación piadosa, o sobre cada miembro de la Acción Católica. Pensad también en las noticias que tiene del dinero de cada feligrés. Para tener todos esos datos inútiles necesitaría un archivo inmenso, y una colección de archiveros, y un papeleo agotador.

Lo curioso, hijas e hijos míos, es que de nosotros quieren saber algunos hasta cuántos pelos tenemos en la cabeza.

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