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Con ese deseo de saber acudían a la cátedra peripatética del Bautista. Pasó Jesús –respiciens Iesum ambulantem12– y el Bautista exclamó: ecce Agnus Dei13, he aquí el Cordero de Dios. Oyeron dos discípulos del Bautista –Juan y Andrés– estas palabras, et secuti sunt Iesum14, y siguieron a Jesús.

Después, ¿qué queréis?, les preguntó el Señor. Y la respuesta, no del todo lógica: Rabbi, ubi habitas?15; Maestro, ¿dónde vives? Les dijo Jesús: venite et videte16, venid y ved. Juan y Andrés fueron, vieron donde habitaba, y se quedaron con él aquel día.

Larga debió ser la conversación y hondo se metió el amor en el corazón adolescente de Juan: porque, cuando más tarde –a la vuelta de los años– relata su divina aventura, aquella parte del Evangelio tiene el candor y el perfume de un diario afectuoso –hora autem erat quasi decima17, eran las cuatro de la tarde, escribe–, recordando el instante preciso, en el que videns eos sequentes se18, viendo Jesús que le seguían, les invitó a acompañarle.

Notas
12

Jn 1,36.

13

Ibid.

14

Jn 1,37.

15

Jn 1,38.

16

Jn 1,39.

17

Ibid.

18

Jn 1,38.

Referencias a la Sagrada Escritura
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