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Los Cursos de Formación

Los Cursos de Formación son el elemento esencial de la obra de San Rafael. Con ellos alimentamos continuamente la vida de piedad de los chicos y les ayudamos a completar y a hacer más honda su formación doctrinal, dándoles –con don de lenguas– los tesoros de la Verdad cristiana: se empieza por explicar de manera adecuada a los oyentes –y sin decirles que es eso, porque algunos se sentirían humillados– el catecismo y la apologética, ya que muchos, aunque tengan buena voluntad y sean hijos de familias cristianas, en la familia y en los colegios no han recibido formación de doctrina, sino solamente un barniz endeble de pietismo.

Copio, a este propósito, unas palabras de Santo Tomás muy oportunas. Las gracias gratuitamente dadas son para la utilidad de los demás, como ya se ha dicho. Pero el conocimiento que alguien recibe de Dios no puede extenderse para la utilidad de otro, sino mediante la palabra. Y como el Espíritu Santo no falta en nada de lo que conviene a la utilidad de la Iglesia, también asiste a los miembros de la Iglesia en el uso de la palabra: no solo para que uno hable de tal modo que le entienda gente diversa, que es lo que corresponde al don de lenguas; sino también para que hable con eficacia, que es lo propio de la gracia o don de la palabra.

​​ Y esto tiene tres aspectos. Primero, para instruir el entendimiento: que es lo que ocurre cuando se habla de modo que se enseña. Segundo, para mover el afecto, esto es, para que se oiga con agrado la palabra de Dios: que es lo que sucede cuando se habla deleitando a los oyentes, lo que no debe nadie buscar en favor de sí mismo, sino para estimular a la gente a oír esa palabra de Dios. Tercero, para que se ame aquello que con palabras se significa, y quiera cumplirse: que es lo que se obtiene al emocionar al oyente.

Y para lograr todo esto, el Espíritu Santo usa la lengua del hombre como un instrumento: pero es Él mismo el que realiza perfectamente la obra, en lo interior del alma del que escucha22.

Notas
22

Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 177, a. 1 c.

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