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Enseñad a los chicos que la Iglesia es una realidad viva, y que ellos mismos son la Iglesia. Decidles que somos criaturas de Dios, pero no bestias, sino hijos de Dios. Hacedles comprender que se logra poco con la violencia, que se logra más con la oración y con el estudio.

Ya en el primer Centro hice pintar un cartel –ahora hay carteles iguales en todas nuestras casas de San Rafael–, con unas palabras de la Escritura que recuerdan que hay un mandato nuevo, el de la caridad: aquel amaos los unos a los otros. Quitadles todo pensamiento de recelo; decidles que la verdad no necesita de secretos ni de secreteos. Hacedles ver que la vida pasa, que hay poco tiempo para amar.

Hijos míos, veréis chicos –vosotras, hijas, veréis muchachas jóvenes–, que son capaces de todos los entusiasmos y de todos los sacrificios, pero que tienen algún defecto grande que les imposibilita, si no para continuar en la obra de San Rafael, sí para recibir la llamada divina en alguna de las formas de las que os he hablado antes.

Hay que rezar por ellos, pensar en nosotros mismos y recordar las palabras del salmo: pauper sum ego et in laboribus a iuventute mea23; soy un pobre hombre, metido en trabajos y en errores desde mi juventud. Si yo soy así, no me puede extrañar que éstos sean de esa manera.

Y se puede ir a la oración, y traer ante la presencia de Dios el recuerdo de esos muchachos, de esas muchachas; y agradará al Señor que cantemos por lo bajo, sin ruido de palabras, aquel cantar de la tierra andaluza: merecía esta serrana –esta alma– que la fundieran de nuevo, como funden las campanas. Y el Señor nos escuchará.

Notas
23

Sal 88[87],16.

Referencias a la Sagrada Escritura
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