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Viéndolos remar con gran fatiga, pues el viento les era contrario, a eso de la cuarta vela de la noche −en la madrugada−, vino hacia ellos caminando sobre el mar1. Me conmueve, hijos queridísimos, contemplar a Jesús que ejercita su poder divino y hace un milagro maravilloso, para ir al encuentro de los suyos, que se fatigan remando contra el viento por llevar la barca a donde el Señor les ha dicho.

Cumplimos también nosotros un mandato imperativo de Cristo, navegando en un mar revuelto por las pasiones y los errores humanos, y sintiendo a veces dentro de nosotros toda nuestra flaqueza, pero decididos firmemente a conducir a término esta barca de salvación que el Señor nos ha confiado. Se levanta quizá en ocasiones, de lo profundo del corazón, ante la fuerza del viento contrario, la voz de nuestra impotencia humana: ten misericordia de mí, oh Dios, porque me persiguen, me combaten y me hacen sufrir constantemente. Sin cesar me persiguen mis enemigos; y son muchos, en verdad, los que me combaten2. Él no nos deja, y siempre que ha sido necesario se ha hecho presente, con su omnipotencia amorosa, para llenar de paz y de seguridad el corazón de los suyos: Jesús les habló luego, y dijo: buen ánimo, soy yo, no tenéis que temer. Y se metió con ellos en la barca, y cesó el viento3.

Notas
1

Mc 6,48.

2

Sal 56[55],2-3.

3

Mc 6,50-51.

Referencias a la Sagrada Escritura
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