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Procuremos ser leales a lo largo de nuestra vida y, si en algún momento sentimos que no lo somos, luchemos, pidamos a Dios ayuda, y venceremos, porque Dios no pierde batallas. Pongamos todas nuestras miserias a los pies de Jesucristo, para que Él triunfe: y veréis qué alto queda, y de qué manera nos ayudará a divinizar nuestra vida terrena.

La flaqueza humana nos acompaña aún en los mejores instantes, en los momentos más sublimes de nuestra existencia. Tenemos −para que nada pueda ya sorprendernos− el testimonio del Santo Evangelio. En la Última Cena, en aquel clima de efusión de amor y de confidencias divinas, en la reunión de los íntimos, de los más formados, de los predilectos: facta est autem contentio inter eos, quis eorum videretur esse maior101: se pusieron a discutir, a pelear entre ellos, sobre quién era el mayor, el más excelente.

Por eso, cuando sintamos en nosotros mismos −o en otros− cualquier debilidad, no debemos mostrar extrañeza: acordémonos de aquellos que, con su flaqueza indiscutible, perseveraron y llevaron la palabra de Dios por todos los pueblos, y fueron santos. Estemos dispuestos a luchar y a caminar: lo que cuenta es la perseverancia.

Notas
101

Lc 22,24.

Referencias a la Sagrada Escritura
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