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Hay muchas almas alrededor de vosotros, y no tenemos derecho a ser obstáculo para su bien espiritual. Estamos obligados a buscar la perfección cristiana, a ser santos, a no defraudar, no sólo a Dios por la elección de que nos ha hecho objeto, sino también a todas esas criaturas que tanto esperan de nuestra labor apostólica. Por motivos humanos también: incluso por lealtad luchamos por dar buen ejemplo. Si algún día tuviésemos la desgracia de que nuestras obras no fueran dignas de un cristiano, pediremos al Señor su gracia para rectificar.

Hemos de ser −en la masa de la humanidad− levadura; y necesitamos santidad: remediar los errores pasados, disponernos con humildad de corazón a practicar las virtudes, en nuestra vida ordinaria. Si vivimos así, seremos fieles. ¡Qué alegría, al llegar el examen de la noche pudiendo decir: Señor, no me he ocupado de mí en todo el día, porque he estado siempre ocupado en servirte, en servir a los demás, por tu Amor!

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