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Sed muy sinceros, insisto. Y cuando os ocurra algo que no quisierais que se supiese, decidlo inmediatamente −corriendo− a quien os puede ayudar, al Buen Pastor. Esta decisión es lógica: suponed que una persona camina con una piedra grande en la espalda y con los bolsillos llenos de piedrecitas que, entre todas, pesan cien gramos. Si situamos a esa persona en Madrid, vamos a suponer que la distancia que ha de recorrer es de la Puerta del Sol hasta Cuatro Caminos. Cuando llegue al final del trayecto, no sacará una a una las piedrecillas de los bolsillos, quedándose −mientras− con la gran piedra encima. Hijos míos, pues nosotros igual. Lo primero que hemos de echar fuera es lo que pesa. Otro modo de comportarse es una gran tontería, y un principio de insinceridad.

No tengáis miedo a nada ni a nadie. Si vienen frutos amargos, decidlo. Todo el remedio está en Dios: aunque hubiese sido un delito grande, enorme. Decidlo todo; hablad, que se arregla. El que os oiga no se asustará de nada, porque sabe que él también es de barro, y que es capaz de cometer el mismo desatino, si es desatino, porque la mayor parte de las veces esos sufrimientos proceden de escrúpulos o de una conciencia mal formada. Más motivo para hablar claramente.

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