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No hay tempestad que pueda hacer naufragar el corazón de la Virgen Madre de Dios. Cada uno de nosotros, al venir las tempestades, luchemos y, para estar seguros, acudamos al refugio firme del Corazón dulcísimo de María. Ella, la Virgen Santísima, es nuestra seguridad, es la Madre del Amor Hermoso, el Asiento de la Sabiduría; la Medianera de todas las gracias, la que nos llevará de la mano hasta su Hijo, Jesús.

Hijos míos: cuando estéis tristes y cuando estéis alegres; cuando vuestras miserias sean más o menos aparentes, y cuando os pesen más, acudid siempre a María, porque ella jamás nos abandonará, en este camino de servicio a su Hijo Jesús, en medio del mundo.

Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, que tanto sabes de las miserias de tus hijos los hombres. Santa María, Poder Suplicante: perdón por la vida nuestra; por lo que ha habido en nosotros que tenía que haber sido luz, y ha sido tinieblas; que tenía que haber sido fuerza, y ha sido flojedad; que tenía que haber sido fuego, y ha sido tibieza. Ya que conocemos la poca calidad de nuestra vida, ayúdanos a ser de otra manera, a tener contigo −como hijos tuyos− ese buen aire de familia.

Una bendición de vuestro Padre.

Madrid, 24 de marzo de 1931

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