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Esa relación previa es indispensable, para que la amistad nos permita conocer al que tratamos y, convencidos de que reúne las condiciones mínimas de selección, se le hable de la necesidad de un ideal por el que luchar; que no es otro que un catolicismo bien vivido, que ayude a conseguir también el mejoramiento de la sociedad y la solución de todos los problemas que este mundo presenta.

Le diremos que eso se puede lograr a base del mejoramiento de la conducta individual de cada uno, con una revalorización de las virtudes humanas, por lo general olvidadas; y que, como luchar solos es difícil, necesitamos apoyarnos unos en otros para perseverar en esa lucha. De esta manera, obtendremos los datos necesarios, porque, quien no sea capaz de comprender la Obra, no sirve para la labor de San Rafael.

Después habrá que considerar especialmente las virtudes humanas del posible candidato, sobre las que siempre se puede hacer una labor espiritual, mediante la gracia: que sea sincero, generoso, trabajador, noble, discreto, optimista. Los frívolos, con una frivolidad ya arraigada, no es fácil que puedan cambiar con las clases de formación.

También habrá que tener en cuenta la inteligencia, el porte exterior –para sostener el tono humano de la Obra–, la fama, el ascendiente entre sus compañeros y amigos, la capacidad para asimilar las ideas que se le enseñen.

No olvidéis que aquel que tuviera, por ejemplo, una deformación de piedad, y la mantuviese como un dogma inatacable, difícilmente encajaría, porque sostendrá sus criterios propios ya arraigados de apostolado, y la labor entre los demás será negativa.

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