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Hemos de hacer que los hombres no se mantengan en la idiotez de la frivolidad, en una idiotez que es inútil y siempre peligrosa. Hemos de hacer, a lo largo de cada edad, que desarrollen los jóvenes su capacidad para enfrentarse con los problemas de este mundo, con un modo de hablar moralizador, que no sea amenazador pero que tenga la fuerza vital de arrastrar, que ponga en marcha una generación que no está encauzada.

Procuraremos lograr que, en la boca de nuestra gente joven, esté la tremenda palabra sobrenatural que mueve, que incita, que es la expresión de una disposición vital comprometida: nunca es la repetición grotesca, mortecina, de frases y palabras, que no pueden ser de Dios.

En medio de este cataclismo mundial, de tanto odio y de tanta destrucción, os digo una vez más que hemos sido llamados a ser sembradores de paz y de alegría. A la vuelta de pocos años, si rezáis y trabajáis con fe y con perseverancia, podremos preparar reuniones y cursos internacionales –ayudados por los chicos de San Rafael– con jóvenes de muchos países, y también podremos estar presentes en las iniciativas que promuevan organismos internacionales.

En nuestras Residencias o en otras labores de la obra de San Rafael, hemos de organizar cursos especiales y actividades de carácter cultural, especialmente durante las vacaciones. Algunas veces, será también este un modo discreto de tener los socios de la Obra un tiempo especial de formación. Y siempre será medio para hacer una labor interesante: el apostolado con estudiantes extranjeros, a que antes me he referido.

De este modo ayudaremos eficazmente a crear un clima de entendimiento mutuo, de convivencia, con una visión amplia y universal, que ahogue en caridad todos los odios y rencores: sin lucha de clases, sin nacionalismos, sin discriminaciones. Soñad, y os quedaréis cortos.

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