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Es forzoso que los Numerarios, por las exigencias de su formación y por las necesidades de la Obra, aunque se tienda a no moverlos, tengan que cambiar de ciudad –incluso en muchos casos más de una vez– durante sus estudios, pero no por esto deben quedar abandonados los chicos de San Rafael, a quienes trataban. Para evitarlo hay que procurar que esos muchachos estén de verdad en la obra de San Rafael y unidos no tan solo a su amigo, sino a una casa y a varias personas de ese Centro.

Por medio de las clases y, sobre todo, por medio de la hija mía o del hijo mío que les trata, hay que inculcar en todos la seriedad de la labor: hacerles ver el carácter voluntario de la asistencia a los medios de formación, a los retiros, a las excursiones, etc.

Pero también hay que explicarles que no se trata jamás de un juego de niños, y que no pueden supeditar la vida de la obra de San Rafael a su estado personal de ánimo o a otras circunstancias o infantilismos; que el hecho de venir a una casa del Opus Dei, les hace necesario vivir con espíritu de sacrificio y con generosidad esos detalles, en apariencia pequeños; y que si no toman desde el principio esta decisión, es preferible que se marchen, porque ocasionarán molestia a todos.

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