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Venimos hablando de un proselitismo, que es muy distinto de aquel otro que consiste en fomentar, con la gracia de Dios, el que haya almas capaces de dedicarse personalmente –no digo consagrarse, porque esta palabra es propia de religiosos–, capaces de dedicarse por entero al servicio del Señor y de su Iglesia, en la Obra de Dios: este proselitismo, en muchos de los casos, será fruto de la labor de San Rafael.

Cuando, entre los que frecuentan las casas de esta obra de jóvenes, se ve que hay algunos capaces de esa entrega total, conviene darles pequeños encargos, encomendarles gestiones, hacer que ayuden tanto en cosas materiales –pequeños arreglos de la casa– como en cosas de mayor importancia. Todo esto les aumentará el amor que les llevará hasta la vocación, recibiendo gozosos la llamada divina.

Se me ocurre que debo haceros, una vez por todas, una advertencia: al dirigiros estas cartas, hijas e hijos míos, no pretendo nunca hacer un tratado. Escribo con la sencillez y con el calor de corazón, que pone un padre o una madre cuando habla a sus hijos: no os extrañe, por tanto, que en la misma carta, con un evidente desorden, trate en distintas partes de facetas diversas de los mismos asuntos y que, a veces, os parezcan repeticiones. Pero de estas repeticiones ya os hablaré más adelante en otro documento, porque tienen su razón.

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