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No puedo ocultaros, hijos míos, mi temor de que en algún caso ese endiosamiento, sin una base profunda de humildad, pueda ocasionar la presunción, la corrupción de la verdadera esperanza, la soberbia y −más tarde o más temprano− el derrumbamiento espiritual ante la experiencia inesperada de la propia flaqueza.

Suelo poner el ejemplo del polvo que es elevado por el viento hasta formar en lo más alto una nube dorada, porque admite los reflejos del sol. De la misma manera, la gracia de Dios nos lleva altos, y reverbera en nosotros toda esa maravilla de bondad, de sabiduría, de eficacia, de belleza, que es Dios. Si tú y yo nos sabemos polvo y miseria, poquita cosa, lo demás lo pondrá el Señor. Es una consideración que me llena el alma.

Pero ¿endiosamiento sin humildad?, ¡malo! Y si el endiosamiento es corporativo, ¡peor! Porque Tú, Señor, salvas al pueblo humilde, y humillas al soberbio10.

Notas
10

Sal 18[17],28.

Referencias a la Sagrada Escritura
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