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Responsables de la santidad de los demás

No estamos solos. Vae soli 124: desgraciados los que están solos. Procuremos que no nos falte sentido de responsabilidad, sabiéndonos eslabones de una misma cadena. Por lo tanto −hemos de decir de veras cada uno de los hijos de Dios, en su Obra− quiero que ese eslabón que soy yo no se rompa: porque, si me rompo, traiciono a Dios, a la Iglesia Santa y a mis hermanos. Y nos gozaremos en la fortaleza de los otros eslabones; me alegraré de que haya eslabones de oro, de platino, engastados de piedras preciosas. Ningún hijo de Dios está solo, ninguno es un verso suelto: somos versos del mismo poema épico, divino, y no podemos romper esa unidad, esa armonía, esa eficacia.

Habéis de ser victoriosos en vuestras miserias, haciendo victoriosos a los demás. Entre todos me ayudaréis a perseverar. Con errores, que todos tenemos, y que −cuando los reconocemos, pidiendo perdón al Señor− nos hacen humildes y merecen que digamos, con la Iglesia: felix culpa!*******

Así lograremos la serenidad, nos ayudaremos a querer y a vivir la propia santidad y la santidad de los otros; y tendremos aquella fortaleza que es la fortaleza de los naipes, que no se pueden sostener solos, pero que, apoyados unos en otros, pueden formar un castillo que se tiene en pie. Dios cuenta con nuestras flaquezas, con nuestra debilidad, y con la debilidad de los demás; pero cuenta también con la fortaleza de todos, si la caridad nos une. Amad la bendita corrección fraterna, que asegura la rectitud de nuestro caminar, la identidad del buen espíritu: ve y corrígelo estando a solas con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano125.

Tengamos el corazón grande, para querer a todas las criaturas de la tierra con sus defectos, con sus maneras de ser. No olvidemos que, a veces, hay que ayudar a las almas, para que caminen poco a poco; hemos de animarles con paciencia a avanzar lentamente, de modo que apenas se puedan dar cuenta del movimiento, aunque caminen.

En nuestra siembra de paz y de alegría, habrá que difundir y fomentar y defender la legítima libertad personal de los hombres; el deber que cada hombre tiene de asumirse la responsabilidad que le corresponde en los quehaceres terrenos; la obligación de defender también la libertad de los demás, como la suya propia, y de comprender a todos; la caridad de aceptar a los demás como son −porque cada uno de nosotros tiene culpas y errores−, ayudándoles con la gracia de Dios y con garbo humano a superar esos defectos, para que todos podamos sostenernos a fin de llevar con dignidad el nombre de cristianos.

Notas
124

Qo 4,10.

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Cfr. Missale Romanum, pregón pascual o Exsultet (N. del E.).

125

Mt 18,15

Referencias a la Sagrada Escritura
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