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Fieles hasta la muerte
Hijos míos: todo eso, que nos hemos propuesto, se reduce a ser leales, en nuestros pequeños deberes de cada instante, seguros de hacer algo muy grande: nuestra obligación de cristianos dedicados a servir al Señor en esta vida que se va, mientras esperamos la eterna. Porque toda carne es heno, y toda su gloria como la flor del heno: se secó el heno, y su flor se cayó; pero la palabra del Señor dura eternamente83.
Pensad también que statutum est hominibus semel mori84, que una sola vez se muere. Unos, en la infancia; otros, jóvenes, como vosotros; otros, en plena madurez; otros, cuando han llegado a envejecer. No podemos perder el tiempo, que es corto: es preciso que nos empeñemos de veras en esa tarea de nuestra santificación personal y de nuestro trabajo apostólico, que nos ha encomendado el Señor: hay que gastarlo fielmente, lealmente, administrar bien −con sentido de responsabilidad− los talentos que hemos recibido, para sacar adelante la Obra de Dios.
La llamada divina exige de nosotros fidelidad intangible, firme, virginal, alegre, indiscutida, a la fe, a la pureza y al camino: el que persevere hasta el fin, será salvo85, fieles hasta el último momento, y así seremos santos.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/cartas-1/66/ (05/05/2024)