21
Una cosa es pensar o sentir, y otra consentir. La tentación se puede rechazar fácilmente: aun el mínimo grado de gracia es suficiente, para resistir a cualquier concupiscencia y merecer la vida eterna51. Lo que no conviene hacer de ninguna manera es dialogar con las pasiones, que quieren desbordarse.
La tentación se vence con oración y con mortificación: cuando ellos me afligían, yo me vestí de saco, sometiendo al ayuno mi alma, y repetía en mi pecho las plegarias52. Llevad este convencimiento a vuestra vida de entrega: que, si somos fieles, podremos hacer mucho bien en el mundo. Sed fuertes, recios, enteros, inconmovibles ante los falsos atractivos de la infidelidad.
Así podremos decir, con el salmista: he sido impelido y trastornado, y estuve ya para caer, pero me sostuvo el Señor53. Te amamos, Señor, porque cuando viene la tentación nos das la ayuda de tu fortaleza −de tu gracia−, para que seamos victoriosos. Agradecemos, Señor, que permitas que seamos probados, para que seamos humildes.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/cartas-1/44/ (30/04/2024)