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Siendo muy niños delante de Dios, no podemos estar infantilizados. A la Obra se viene con la edad conveniente para saber que tenemos los pies de barro, para saber que somos de carne y hueso. Sería ridículo darse cuenta en plena madurez de la vida: como una criatura de meses, que descubre asombrada sus propias manos y sus pies. Nosotros hemos venido a servir a Dios, conociendo toda nuestra poquedad y nuestra flaqueza, pero si nos hemos dado a Dios, el Amor nos impedirá ser infieles.

Por lo demás, ser desleales, agarrarse entonces a un amor de la tierra, estad seguros de que supondría el comienzo de una vida muy amarga, llena de tristeza, de vergüenza, de dolor. Hijos míos: afirmaos en este propósito de no vender jamás la primogenitura, de no cambiarla, al pasar los años, por un plato de lentejas**. Sería una gran pena malbaratar así tantos años de amor sacrificado. Decid: he jurado guardar los decretos de tu justicia, y quiero cumplir mi juramento54.

Dios, que premia siempre nuestra fidelidad y nos recuerda el omnia in bonum***, nos previene al mismo tiempo contra el peligro constante del envanecimiento, según aquellas palabras de San Agustín: a los que aman a Dios de este modo, todo contribuye para su mayor bien: absolutamente todas las cosas endereza Dios a su provecho, de suerte que aun a los que se desvían y extralimitan les hace progresar en la virtud, porque se vuelven más humildes y experimentados. Aprenden que en el mismo camino de la vida justa deben alborozarse con gozo y temblor, sin atribuirse presuntuosamente a sí mismos la seguridad con que caminan ni decirse en tiempo de la prosperidad: ya nunca caeremos55.

Notas
**

Cfr. Gn 25,29-34 (N. del E.)

54

Sal 119[118],106.

***

Cfr. Rm 8,28 (N. del E.)

55

S. Agustín de Hipona, De correptione et gratia liber unus, c. 9, 24 (CSEL 92, p. 247).

Referencias a la Sagrada Escritura
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