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Saber que hay obstáculos. No asustarse ante las miserias personales

Alta es la meta, a la que Jesús nos llama: inasequible, hasta el fin mismo del camino de la vida. Siempre se puede tender a más, y el que no avanza, retrocede; el que no crece, mengua. Los que me comen, se lee en el Eclesiástico, aún tendrán hambre; y los que me beben, aún tendrán sed21.

Además no podemos olvidar que llevamos en nosotros mismos un principio de oposición, de resistencia a la gracia: las heridas del pecado original, quizá enconadas por nuestros pecados personales. Se opondrán a tus hambres de santidad, hijo mío, en primer lugar, la pereza, que es el primer frente en el que hay que luchar; después, la rebeldía, el no querer llevar sobre los hombros el yugo suave de Cristo, un afán loco, no de libertad santa, sino de libertinaje; la sensualidad y, en todo momento −más solapadamente, conforme pasan los años−, la soberbia; y después toda una reata de malas inclinaciones, porque nuestras miserias no vienen nunca solas.

No nos queramos engañar: tendremos miserias. Cuando seamos viejos, también: las mismas malas inclinaciones que a los veinte años. Y será igualmente necesaria la lucha ascética, y tendremos que pedir al Señor que nos dé humildad. Es una pelea constante. Militia est vita hominis super terram22. Pero la paz está justamente en la guerra. ¡La paz es consecuencia de la victoria!

Notas
21

Si 24,29.

22

Jb 7,1.

Referencias a la Sagrada Escritura
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