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Es verdad que es mejor confiar en Dios que en los hombres, bonum est confidere in Domino, quam confidere in homine105. Por eso os digo: depositad, sobre todo, vuestra confianza en Dios, pero tened también confianza en vuestros hermanos. Con vuestra caridad, con vuestra comprensión, sembrando siempre con la debida prudencia –pero a manos llenas– la seguridad a vuestro alrededor, haced difícil, imposible, que los hombres no se sientan obligados a corresponder a la abierta caridad de vuestro trato.
Al mismo tiempo, con el respeto y el amor que profesamos a la libertad de las conciencias, a través de este apostolado de la confidencia y de la amistad, meteos en la vida de los demás –como Jesucristo se metió en la nuestra– y haced proselitismo incansablemente: para que nadie con vocación a la Obra pueda excusarse como los trabajadores ociosos de la parábola: quia nemo nos conduxit106, porque nadie les dijo nada.
Pensad, además, que tenemos el derecho y el deber de asegurar, a esta maravillosa Familia nuestra, todos los hijos que el Señor tiene dispuestos desde la eternidad: para que perdure mientras haya hombres sobre la tierra, para que Jesucristo tome posesión de tantas almas, que tienen hambre y sed de Dios107.
Documento imprimido desde https://escriva.org/es/cartas-2/103/ (01/05/2024)